Un grupo de jóvenes, encabezado por la delegada diocesana de Pastoral Juvenil del Obispado de Cádiz y Ceuta, Pilar Jiménez, se trasladó en el Puente de la Virgen del Pilar del año pasado hasta Medina Sidonia para adecentar el entorno de los edificios anexos a la Ermita de los Santos Mártires. Arrancaron las malas hierbas que habían germinado tras algunos años sin que las instalaciones hubieran recibido uso y sembraron la semilla de un fecundo programa de formación y convivnecia que reúne los files de semana a decenas de muchachos que pueden disfrutar del más absoluto recogimiento porque “no hay cobertura”, bromea Jiménez.
“La cesión de la utilización de los edificios para la Pastoral Juventud fue un regalo”, agradece Jiménez, quien valora el trabajo realizado en los años previos para rehabilitar el espacio, donde la atmósfera es especial porque, entre las paredes del complejo, “se cuentan cientos de años de rezos”.
El conjunto arquitectónico es uno de los más importantes del patrimonio de la Iglesia gaditana. Antonio Sánchez Casas, responsable de los trabajos técnicos ejecutados entre los años 2016 y 2019, admite que se sintió abrumado por la responsabilidad porque, cuando se plantó ante la Ermita de los Santos Mártires para comenzar las actuaciones, contempló siglos de historia.
Si bien no se tiene constancia arqueológica, los investigadores coinciden de manera unánime en que su origen está en una villa romana. Cabe recordar que hasta el Edicto de Milán, que permitió el culto cristiano dentro del Imperio, “la organización de la iglesia en los periodos de relativa paz que seguían a las persecuciones, se basa en el culto doméstico, conocido como domus ecclesisae”.
Pero, detrás de la existencia de la propia ermita, según la Historia de Medina de Francisco Martínez, hay que presumir la aparición del Apostol Santiago en el prado donde se levanta “defendiendo a los cristianos contra los moros”.
Su fundación, en el año 394, según el Obispado, tienen estrecha relación con la venida a la península de San Paulino de Nola, senador de origen galo que, tras su conversión y ordenación promovió una congregación masculina muy influenciada por la espiritualidad de San Agustín.
Su nombre se debe a que poco después, los religiosos que residían allí sufrieron martirio y sus cuerpos fueron llevados a la Iglesia de San Ambrosio, en Barbate, de la misma congregación, donde les dieron sepultura. Dos siglos después, “un devoto hombre llamado Lépero reedificó la ermita” y fue consagrada en el 630 por Pimenio, obispo de Assido.
Posible refugio de los presbíteros de Assidonia durante la invasión bereber, bajo dominio almohade en 1146 tuvo un uso meramente defensivo, lo que llevó a sumar una segunda torre vigía a la romana original. Tras la reconquista, formando parte ya del Ducado de Medina Sidonia, el templo fue ampliado con tres naves y cubierta mudéjar, preservándose solo la zona de la sacristía con arquitectura visigótica.
En el siglo XX, los espacios anexos tuvieron un uso de escuela parroquial rural y, en esos años, se construyó una vivienda para los santeros, que dejaron la casa hace ya unos decenios, precisamente donde se actuó. La inversión, de 240.000 euros en tres obras, permitió adecuar los espacios para dormitorios con literas, cocina y comedor, y llevar a cabos trabajos de mantenimiento de la línea eléctrica.
Sánchez Casas avanza que está previsto reforzar el muro de contención, ante el riesgo de derrumbe, porque la ermita está en una ladera, y reparar la fachada principal de uno de los monumentos más visitados en la localidad desde que abrió al público los fines de semana a partir de 2016, y ahora más lleno de vida que nunca.