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Creyendo y creando

El Abuelo

Al final del callejón, una turbamulta de vecinos se agolpa en silencio

  • El Abuelo. -

Al final del callejón, una turbamulta de vecinos se agolpa en silencio. El rito se celebra nuevamente cuando, llegando la alborada, la ciudad se entrega, cual Cordero de Pascua, a un antiquísimo viaje hacia nuestras raíces. La casería, mientras tanto, habiendo dado ya a luz un año más, huele a romero, juncia y tomillo, mientras las lascas de la madera alfombran el habitáculo donde la leyenda sigue abrazando a aquel campesino que consiguió, para todos los que presencian el momento, aquello que dibujó Claribel Alegría con el corazón rebosante de hermosura: "todos los que amo están en ti y tú, en todo lo que amo".

Avanza el cortejo por el barrio y aumenta la dulce emoción con que asciendes las empedradas calles. La templanza con que estrechas tu hermosura entre balcones se acrecienta y la armonía con que proyectas la grandeza de tu sombra emana como una flor de primavera. Entre pétalos de rosas, quedan acariciados cada uno de los "¡Viva!" que coronan tu hermosura deífica. Abstraído, el pueblo es memoria de generaciones que legaron este momento, y cada uno, en sus súplicas, anhela un ruego.

Saben los vecinos, cuando esto ocurre, que los milagros existen y, en honda conversación, a Ti imploran gracia y favor. Ya dijo el entrecano poeta que nunca amanece tanto como lo hace en esta noche de luna llena, cuando se renueva la alianza con nuestro encuentro. Un marzo más, tus hijos confirman el deleite que recogemos al haber nacido entre tus habitantes.

Y son nuestros recuerdos de niñez los que no olvidan tus claveles rojos, cuando tocar tu trono era la tentación del proyecto que éramos entonces. Tampoco el tiempo ha conseguido disipar la majestuosidad de aquellas partichelas que anunciaban tu venida, ya con el Sol pregonando tu camino, y que elevaban a Cebrián, placenteramente, a lo profundo de nuestro corazón.

No hay mayor poesía en la ciudad que lo fugitivo de tu paseo cada madrugada, cuando abres, al pendular las llaves recogidas en tu hábito carmelita, los incunables de nuestra historia. Porque nadie acompaña nuestra peregrinación por este valle como Tú lo haces, tránsito que atestigua, en nosotros, el ser medalla de nuestro bautizo, ruego ante tus plantas, agua para la sed, manantial de justicia, estampa de mesa camilla, fotografía en el salón de la casa, azulejo del casco histórico, Padrenuestro de hospital, efigie de nuestra lápida y abrazo, así lo quieras, que soñamos cuando lleguemos a tu Reino, querido Abuelo.

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