“Mis coplas son villancicos, de tanto, tanto y tanto repetir”. Comienzo con esta reflexión del Vademécum de la historia con música que es nuestro genial Carnaval.
Y comienzo con esta frase porque ya estamos en la época del año donde se ve y se lee con bastante frecuencia otra afirmación:
“No tengo amigos gays ni lesbianas. Tengo amigos. Lo demás me importa un pimiento”.
Aun estando totalmente de acuerdo con el contexto de la frase, me parece que debería ser totalmente innecesaria. Y lo creo así porque, al incidir en ella, se le siguen dando razones a los descerebrados para que continúen planteando su estúpida disyuntiva.
En fin, tampoco se puede esperar mucho más de unas cabezas tan vacías a las que, por ejemplo, hay que explicarles año sí y año también la diferencia entre cuartos y campanadas todas las Nocheviejas (porque, evidentemente, se siguen equivocando).
Dentro de unos días, el colectivo más maltratado a lo largo de la historia se dispondrá a celebrar, ante miles de miradas inquisitorias, las pocas horas en las que no tienen que esconderse para gritar a los cuatro vientos lo que les dicta su corazón.
Y es que lo escandalosamente grave del tema es, en pleno siglo XXI, que todavía no se pueden expresar libremente por temor a una sociedad presuntamente racional.
Los valores que tengo (que agradeceré eternamente a mis padres por habérmelos inculcado), me hacen alegrarme cuando observo, en cualquier parte, la maravillosa expresión de amor que encierra un simple beso. Me da igual que sea entre hombres o mujeres, eso es lo de menos, coño. Si vamos por la vida dándonos golpes de pecho por desear la felicidad de los demás, no entiendo por qué nos convertimos en jueces implacables cuando ese beso contradice la normalidad impuesta por un sistema cada vez más caduco.
El sambenito es una prenda utilizada por la inquisición para señalar a los condenados por el tribunal como símbolo de infamia. Quizá por eso, en el país tristemente famoso por ser la patria de la inquisición, aparecen tantos Torquemadas del futuro con pensamientos del pasado más oscuro, y así nos va.
Y como me encanta ver al mundo feliz, pues me alegraré de ver carrozas llenas de gente disfrutando y dándose besos cada dos por tres, que no hay que frenar la felicidad propia por satisfacer las amarguras ajenas.
Y como hemos empezado con la sabiduría carnavalesca gaditana, me voy a permitir acabar también con otra sentencia maravillosa:
“Presumen de la democracia y la libertad. Y vamos dando pasitos patrás”.