Llegan las primeras lluvias del otoño y sólo dejan una caricia de agua en nuestros pantanos, cuando tal vez lo que necesita la Costa del Sol es un severo abrazo acuático que concilie las necesidades hídricas de nuestros vecinos y de quienes nos visitan y no frenen el crecimiento económico, que proviene fundamentalmente del turismo, esa actividad que ha de incluir, si es que no lo está haciendo ya, la sostenibilidad entre sus políticas transversales. En el Ayuntamiento piensan cómo ponerle coto a las viviendas turísticas, aunque parece que existen instrumentos legales que no se han concretado y, pese a que se piden leyes estatales y autonómicas, una regulación local mandaría un mensaje muy claro a los especuladores y a los grandes tenedores de pisos vacacionales, una realidad habitacional que hace mucha competencia a los hoteles, que son las empresas turísticas que más empleo crean. Conozco a hoteles con plantillas que, en su grueso, llevan décadas trabajando para un establecimiento. Quizás, la respuesta a la emergencia turística que ahora viven muchísimas zonas del mundo, desde Venecia a Ámsterdam, pasando por Mallorca o varias ciudades hermanas andaluzas, pase por combinar la tasa turística, una regulación local que proteja a la vecindad y haga convivir a los flujos de turistas y que ordene de una vez el sector de la vivienda turística, aunque judicialmente sea difícil establecer que el propietario de un bien no pueda hacer lo que crea conveniente con él. Lo cierto es que el cambio climático y su afección sobre el clima y los recursos hídricos, la falta de comunicaciones ferroviarias y de tráfico, el precio de la vivienda, que ha alcanzado cotas nunca vistas, y la persistencia de ciertos modelos de explotación rápida en la hostelería y el sector turístico en general obligan, sin duda, a las autoridades, a los ciudadanos y, sobre todo, a los investigadores y a las empresas, a consensuar los próximos años de un crecimiento amable e inclusivo, que socialice beneficios y dé oportunidades a los hijos de esta tierra. Quizás sólo haya que volver la vista atrás y recordar los paraísos que perdimos por el ladrillo, cuando el desarrollismo se impuso sobre la lógica de un crecimiento humano que hubiera conservado la esencia de la Costa del Sol y de determinadas localidades bellísimas que hoy sólo ofrecen hormigón y playas a quienes nos visitan. Se impone un pacto por el turismo que a todos dé voz y a todos beneficie. Hasta que llegue la lluvia y nos olvidemos de ello.
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Hasta que llegue la lluvia
Lo que necesita la Costa del Sol es un severo abrazo acuático que concilie las necesidades hídricas de nuestros vecinos y de quienes nos visitan
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