Apenas el sol alumbra y al aviso de: "¡al tajo!", los vendimiadores de los pagos de viñedos cordobeses inician una dura peonada de sudor y tierra cortando con cuidado cada racimo del que saldrán los mejores caldos de la D.O. Montilla Moriles.
Son parte de las más de 22 millones de peonadas que, entre tierra, sudor y esfuerzo compartido por cuadrillas con cada vez más jóvenes y mujeres, hacen de Andalucía una de las huertas más importantes de la Unión Europea.
En los pagos del marco regulador de la Denominación de Origen (DO) Montilla-Moriles la uva da trabajo a vendimiadores durante 100.000 jornales, de los cuales un 35 por ciento de superficie que ya está mecanizada.
Desde las 12 de la noche, los trabajadores de Recoliva, empresa que regenta el agricultor Juan Manuel Centella, ya están conduciendo tractores y controlando que vuelque la uva en las cubas correctamente para, una vez amanece, llevarla al lagar.
Cuando los recolectores de uva para vino tinto se acuestan, los vendimiadores de las cepas en vaso ya están con sus sombreros de paja esperando la llamada del capataz al grito de: ¡Al tajo¡" para empezar a cortar los racimos de los sarmientos.
El agricultor Antonio López, de la empresa Albariza S.L. Montillana tiene una cuadrilla de 18 personas, "que son como una familia, muchos llevan conmigo toda la vida", un clima de trabajo que es como un sorbo de agua fresca de porrón, que alivia el durísimo trabajo, sobre todo cuando el aprieta el asfixiante sol cordobés.
El capataz reparte por los liños las cajas donde se van depositando los racimos de uvas para que el tractor pueda pasar y cargarlos para volcarlos en el remolque.
Mientras tanto, secándose el sudor con los primeros rayos de sol del día, la cuadrilla trabaja con un ritmo de aproximadamente seis peonadas la hectárea para que el curso de la vendimia, cuya producción se ha visto mermada por las altas temperaturas este año en un 30 por ciento, acabe en los plazos previstos, a finales de septiembre.
Un trabajo de sol, sudor y esfuerzo que viene fundamentalmente de tradición familiar y que ha experimentado un cambio sociológico en los últimos tiempos, pues la alta tasa de paro juvenil y la ausencia de alternativas laborales en las zonas rurales ha provocado que en el último año aumenten un 79 % las solicitudes de jóvenes en el sector agrario, según el informe "¡Mamá, quiero ser agricultor!" de la organización agraria COAG.
Es el caso de Raúl Ariza, un joven de la localidad cordobesa de Montemayor que no le dijo a su madre que quería ser agricultor, sino que, cuando ya no le fue posible continuar trabajando en la hostelería, se vino al campo "porque es lo único que hay", aunque reconoce que "preferiría estar en un taller porque esto es muy duro", afirma mientras se seca el sudor.
La estrofa "A la vendimia, niñas, vendimiadoras. A la vendimia, niña, que ya es la hora", de un poema de Miguel Hernández cobra vida en el campo cordobés pues la presencia de mujeres es ya porcentualmente importante en el conjunto de los jornaleros; hasta cinco féminas componen la mayoría de las cuadrillas.
Emi Gómez, que lleva treinta años dedicada al campo, comenta que "es un trabajo duro pero, como acabamos a las dos de la tarde, me permite hacer las cosas de casa, no paro en todo el día".
La dedicación familiar es un aspecto muy valorado en este sector que, debido a su estacionalidad, permite dedicarse a las labores domésticas y al cuidado de los hijos el resto del año.
Algo que resaltan todas las mujeres, como María Jesús Polonio, quien trabaja recogiendo uva y aceituna desde que dejó de estudiar: "Es un trabajo duro, pero me permite dedicarme a mi familia, tanto a echarle una mano en sus tierras como a cuidar de mis hijos".
Y es que, siendo conscientes del tremendo esfuerzo del agricultor, "la gente se enamoraría del campo si lo conociese", afirma Juan Rafael Portero, perito agrícola y presidente de la cooperativa montillana La Aurora, que lleva toda su vida dedicado a los diferentes cultivos andaluces.
Una tierra que conoce como la palma de su mano y que valora porque es un sector seña de identidad de Andalucía y porque, como en el caso de los pagos de viñas montillanos, son la simiente de unos productos de calidad, reconocidos mundialmente y que perduran inmanentes a través de generaciones de jornaleros que con su sudor trabajan la tierra de sus ancestros.