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Lunes 01/07/2024
 

España

La cosa de Afganistán

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Descansemos de hablar de economía, por favor. No ha pasado nada relevante esta semana. Si España fuera un enfermo (que lo es) el parte médico semanal diría eso de estable dentro de la gravedad. Vamos a estar pendientes de la economía durante los próximos años, así que debemos tomar pausas para no indigestarnos.
Además, así tomamos distancia. El otro día leí un titular a varias columnas diciendo que la morosidad se acercaba al 3%. Si dedican tres columnas a eso, ¿cuántas dedicarán cuando llegue al 9%? Hablemos de otra cosa.

Podemos hablar de Afganistán; aunque solamente sea porque han muerto recientemente dos soldados españoles allá. Y se ha levantado la polémica sobre ciertas declaraciones de la ministra Chacón o del ministro Moratinos. Miremos pues a Afganistán a ver qué vemos.

Ya en el siglo XIX fue un país correoso de conquistar por el boyante imperio británico. La zona se calentó tras la Primera Guerra Mundial cuando todas las potencias se dieron cuenta de la importancia que iba a empezar a tener el petróleo. Al grito de ¡a por Mosul! se lanzaron todos a por los despojos del imperio otomano y, entre otras cosas, se inventaron Iraq. Mucho después la moribunda Unión Soviética se metió en ese berenjenal donde comenzó a cavar su tumba. Los EEUU, para fastidiar al vecino ayudaron con armas y dinero a los enemigos de la Unión Soviética, unos chicos muy valientes que se llamaban… talibanes. Éstos establecieron un régimen islámico medieval; algo así como lo que les gustaría a muchos curas preconciliares en Occidente.

Y llegó el famoso 11 de septiembre de 2001. Pocos días después, el 7 de octubre, aniversario de la batalla de Lepanto, la más alta ocasión que vieron los siglos, los EEUU invadían y conquistaban Afganistán. El consejo de ministros español aprueba el 27 de diciembre de ese año el envío de tropas españolas que llegaron en enero de 2002 y que, desde 2005 están en la zona de Herat. Actualmente hay unos 780 soldados allí.

¿Debemos estar allí? He ido a la web del Real Instituto Elcano, una fundación privada, independiente de la administración pública y de las empresas que la financian (…), con una tarea fundamental: realizar un estudio exhaustivo de los intereses de España y de los españoles en la sociedad internacional.

Un estudio publicado en febrero de 2008 decía: “En función de los parámetros modelizados, podemos concluir que las acciones yihadistas encontrarían atractivo hacer frente a España a través de su presencia militar en Afganistán y en Líbano. El primero de los escenarios resulta estratégicamente muy idóneo en términos racionales… El modelo de teoría de juegos aplicado en este análisis predice que España sigue siendo un potencial objetivo en la estrategia de desestabilización yihadista (véase el Anexo). La ausencia de despliegue en Irak no anula la presencia española en Líbano y Afganistán, lugar este último donde han aumentado considerablemente las acciones yihadistas”.

Además: “Pakistán debe estudiarse como una amenaza a largo plazo que vincula a España por su participación en la misión bajo la OTAN en Afganistán, ya que la pérdida del control de Afganistán allanaría el camino a los yihadistas para tomar el control de Pakistán y de su potencial armamentístico”.

Vale, pero no hay que huir del peligro cuando la causa es buena ¿no? Y es bueno ayudar al nuevo Estado afgano surgido de la guerra, ¿no? Lo malo es cuando uno se encuentra un artículo publicado el pasado 27 de julio en el New York Times por uno de los responsables norteamericanos en asuntos antidroga con el título de ¿Es Afganistán un estado narco?

El tema del artículo es la creciente producción de opio y heroína en Afganistán, tanto en zonas ocupadas por los talibanes, que la utilizan para financiar su guerra, como en zonas liberadas. Si la cosecha de 2006 fue la mayor de la historia, se cree que la del 2007 acabó siendo un 17% superior. En el artículo se lee la declaración del ministro de Justicia Sabit diciendo que el presidente Karzai le había prohibido perseguir a 20 altos dignatarios involucrados en el tráfico de drogas; fue rápidamente destituido.

El artículo se centra en los esfuerzos que diversos países europeos (suponemos que incluida España) hacen para luchar contra la droga. Pero mi conclusión es que estamos metidos en una guerra donde no nos vamos a cubrir de gloria precisamente. Parece que corremos un peligro a cambio de algo muy distinto de la más alta ocasión que vieron los siglos que dijera el gran manco.

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