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Álvarez Duarte

Decir que Luis era mi amigo es un gran atrevimiento, y eso se lo dejo a los que compartieron durante años muchas vivencias. Pero tuve la gran suerte de ser...

Publicado: 16/09/2020 ·
23:02
· Actualizado: 16/09/2020 · 23:02
Autor

Rosa G. Perea

Rosa G. Perea es escritora. Es cofundadora del Club de Lectura del Ateneo de Sevilla y editora en Almuzara

La Gatera

Como escritora, editora y colaboradora en medios de comunicación, Rosa G. Perea habla de todo, predominando la cultura

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Decir que Luis era mi amigo es un gran atrevimiento, y eso se lo dejo a los que compartieron durante años muchas vivencias. Pero tuve la gran suerte de ser la editora de sus dos biografías. La primera, la que felizmente se publicó estando en total plenitud personal y profesional. Y la segunda, la que salió el año pasado, después de que aquel maldito 13 de septiembre nos lo arrebatara con esa crueldad que siempre esgrime la muerte temprana. La que amanece con hambre de almas buenas y no tiene piedad.


Repito, no me atrevo a llamarle amigo, sí era buen amigo suyo, lo es, mi querido José Joaquín León, que fue el que escribió con tanto cariño y maestría (no sabe hacerlo de otro modo, me consta y me enorgullece leerle siempre) estas dos biografías. Y gracias a esos meses, a esos años, puliendo y embelleciendo esas páginas, fuimos tejiendo una conexión tan intensa, tan hermosa, que nunca podré agradecer lo suficiente. Para mí, Luis era básicamente una sonrisa de bondad como antesala a un genio.


Nos unían muchas cosas, nuestro amor por los animales, especialmente nuestra pasión gatuna, y muchas risas, que no es poco, que ya lo decía Víctor Hugo, la risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano.


Recuerdo que algunas de las anécdotas que contaba en el libro, cuando las recordaba, le humedecían los ojos a veces de emoción y a veces de risa. Qué hermoso es ver emocionarse a un genio. Se lo aseguro…


De todos esos momentos, permítanme que me quede con uno que hasta que escribo estas líneas sólo era para mí. La primera edición del libro que magistralmente escribieron Bejarano, Rico, y Romanov, El arte de vestir a la Virgen, nos la presentó Luis en ese patio que es refugio del sentimiento cofrade de esta ciudad, el del Círculo Mercantil. Estábamos sentados frente a un público deseoso de escucharle. Yo no podía dejar de mirarle las manos. Manos hermosas, rudas, de artesano, de genio. Se dio cuenta y sonriendo me preguntó: niña, ¿qué me miras? Las manos, Luis, te miro las manos, porque estoy buscando la magia. Y con esa bondad y ese arte con el que te decía las cosas, me contestó: “No la busques, que la magia está en el amor que me provoca esta locura”.


Hasta siempre, maestro.

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