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CinemaScope

'La excavación', entre la huella del pasado y la del presente

Carey Mulligan y Ralph Fiennes, excelentes en sus papeles, encabezan este correcto drama británico, aunque perjudicado por su tendencia al manierismo

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Poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, una terrateniente británica viuda decide acometer una de las tareas que dejó pendientes su marido: excavar una serie de promontorios existentes en sus tierras que podrían albergar restos de la antigüedad. Para ello contrata a un veterano arqueólogo, aunque sin formación académica, que termina por devolver a la luz los restos de un antiguo navío de origen anglosajón. Basada en una historia real, novelada por John Preston, La excavación honra la memoria de la pareja protagonista como responsable de uno de los grandes hallazgos arqueológicos del siglo XX en el Reino Unido, el de Sutton Hoo, después de que buena parte de la historia haya permanecido silenciada durante más de medio siglo.

Dirigida por Simon Stone, la película aborda una cuestión central, la de la huella del pasado y la que deja cada uno de nosotros de cara al futuro, por pequeñas e intrascendentes que puedan parecer vistas desde el presente, como una especie de compromiso vital, pero también moral. Y Carey Mulligan y Ralph Fiennes están excelentes en la composición de sus respectivos personajes: ella, a la hora de transmitir una debilidad física desde la que toma conciencia del valor del presente frente a la ausencia de futuro, y cierto anhelo emocional que compensa en el día a día con su implicación en las labores de la excavación; él, haciendo creíble y perdurable la figura de un hombre ligado a la tierra y a su oficio, como si en cada arruga y en cada gesto perdurase la sabiduría de lo aprendido a lo largo de su vida.

Mediada la película, el relato se hace más coral, pero también más novelesco, con la llegada del grupo de arqueólogos de Londres y el romance apagado de Lily James con su marido (Ben Chaplin), en un esfuerzo por levantar el ánimo de una película correcta y bien rodada, pero afectada por su tendencia al manierismo, con el que Simon parece querer emular el estilo poético y contemplativo de Terrence Malik, aunque sin la hondura suficiente, quedándose en ocasiones en meras postales de transición narrativa, desde el momento en que lo que se echa en falta en realidad es un mayor apasionamiento por el desarrollo de la historia y por sus personajes principales, envueltos en una fría apariencia que va en perjuicio del interés de la historia y a la que Mulligan y Fiennes combaten con gran estoicismo.

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