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¿Sólo Año Nuevo Chino?

A ningún dirigente, empresario, estudioso o interesado por la política contemporánea se le escapa que, en estos momentos, estamos atravesando un periodo de transición en el que lo que se juega es, nada más y nada menos, el liderazgo en influencia a nivel mundial.

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  • Celebración en Madrid del Año Nuevo Chino -
  • En 2.030, se espera que la potencia asiática sea la más poderosa del globo
  • Su principal problema es que es un gigante de un solo ojo


A ningún dirigente, empresario, estudioso o interesado por la política contemporánea se le escapa que, en estos momentos, estamos atravesando un periodo de transición en el que lo que se juega es, nada más y nada menos, el liderazgo en influencia a nivel mundial. Dicho de otra forma, un cambio de tuerca al mundo en toda regla.

En un occidente cada vez más gobernado por ‘lobbys’ y grupos de presión de todo tipo, tener capacidad para influir en las decisiones del resto constituye un seguro fundamental para la buena marcha de los intereses propios. En este sentido, los augurios sitúan a China, con sus más de 1.300 millones de almas, en el sillón de mando allá por 2.030. De ser así, algo a lo que se apunta en todas las latitudes, tendremos capitaneando a prácticamente un continente que, si continúa como hasta el momento, estará gobernado en exclusividad por el Partido Comunista, un inconveniente magno, irreconciliable con la realidad de muchos de los países más ricos y perjudicial, a todas miras, con la libertad, la igualdad y el progreso.

Una potencia gobernada por un mismo partido no puede ser la más rica e influyente del mundo, y lo va a ser. Para el problema existen dos soluciones. La primera pasa por corregir ese mal mayor y plantear la necesidad (cada vez las voces internas son más insistentes en esto) de ampliar la ahora inexistente pluralidad política con más fuerzas que concurran a unas elecciones que cuenten con todas las garantías. La segunda, que China no sea el estado más rico de aquí a dos décadas.

Esta última, por absurda e injusta, se cae de entrada. La primera no. Cuesta creer que el Partido Comunista Chino haya pensado (en serio) que otros países con tradiciones democráticas centenarias, y después de haberse dejado mucho en el camino para extender por el globo una forma de desarrollo basada en el respeto de los derechos humanos, vayan a asumir los dictamines de un Estado donde sólo manda uno. Lo mismo sucede con la sociedad civil, que legitima el sistema en cada comicio al que concurre, y es bastante improbable que esté por la labor de dar el salto atrás que China plantea.

Sea como sea, lo único que se presenta más o menos claro es que en las dos próximas décadas, todo lo que tenga que ver con el lejano país oriental va a suscitar un interés desmedido y que su influencia, a todos los niveles, irá poco a poco, o puede que más deprisa de lo planteado, dejándose notar.

Ahora toca ir preparándose para el cambio, y para ello, nada mejor que aprender de su cultura, su forma de organización y su actualidad. Algunos datos para ir empezando: en estos momentos se celebra su Año Nuevo, que dedican al tigre, la época más importante a lo largo del calendario de la potencia asiática. En junio, por otra parte, inaugurarán en Shangai la Exposición mundial 2010.

Son sólo apuntes de un gigante que emerge a velocidad de crucero, silente y constante. Eso sí, un gigante de un solo ojo, a modo de cíclope. Y todos sabemos, gracias al griego, los riesgos que eso entraña. Suerte que China, como otros muchos sitios del mundo, tiene más ciudadanos de a pie que gobernantes. Gran suerte, por cierto.

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