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Desde la Bahía

Dos mujeres. En recuerdo a Rufino Mohedas

Sus miradas fijas en aquel cuerpo sin vida física. Hondo y seco silencio, que solo quebraba el sonido de tenues gemidos

Publicado: 16/04/2023 ·
20:19
· Actualizado: 16/04/2023 · 22:34
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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A todos casi sin excepción nos encanta dar consejos, demostrar nuestra experiencia en las relaciones humanas, basar en los viajes y el conocimiento de múltiples ciudades, continentes y culturas, nuestra sapiencia “mundana” que las universidades son incapaces de enseñar. Hubo un poeta de Tábara (Zamora) que dejó caer aquello de “todo el ritmo de la vida pasa por mi ventana y la muerte también pasa. Si no sabemos mirar y ver, pensar y razonar, nunca alcanzaremos la verdad y nuestra historia se acercará al vacío de la ignorancia y falsedad o al menos a una falta de autenticidad. Ver a través de las cristaleras de un balcón, pasar una paloma que se dirige verticalmente hacia el suelo, nos hace creer en la enorme agilidad y vitalidad del ave, pero puede ser que se trate de su caída, herida de muerte. Hay que salir del cómodo sillón a observar, para saber lo que ha ocurrido”.

La vida y la muerte es solamente eso vuelo y caída. La muerte es un instante, la vida el reloj que colgamos en la pared del tiempo, desenroscada la cuerda, sus “manillas” se paralizan. Pero el reloj no se abandonará. Recordaremos siempre el tic-tac del movimiento de su péndulo, la música que señalaba “los cuartos de la hora” y el sonido de sus campanadas indicándonos fielmente y sin error alguno, las horas en que hemos dividido el tiempo. El “viejo cronómetro” como premio a su precisión será guardado en el mejor lugar del armario de los recuerdos sublimes y su maquinaria, su alma íntima, al verse tan querida, se sentirá dichosa en su indefinido reposo.

En el pequeño espacio cerrado, abierto a la luz por una amplia cristalera, las flores agrupadas íntimamente, daban con la diversidad de los colores de sus pétalos, homenaje y luz a un féretro de seda y madera, donde inerte, “agotada su cuerda” yacía un cuerpo, cuyo rostro mostraba un rictus plácido, suave y dulce, última expresión que quiso ofrecerle aquel ser humano, como señal de amor, a sus seres más queridos. Dos mujeres al otro lado de la extensa vidriera, permanecían sentadas, sus miradas fijas en aquel cuerpo sin vida física. Hondo y seco silencio, que solo quebraba el sonido de tenues gemidos y el soplo del aliento. Descendían formando meandros en los arcos cigomáticos, lágrimas de tristeza y dolor, verdadero velo de pesadumbre que intentaba cubrir, como bálsamo de esperanza, una ausencia real. Dos amores tan diferentes, como verdaderos. Su hermana María del Carmen muy unida a él desde aquellos tiempos de niñez, en el Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil en la capital de España, en que fue hermano, padre, cuidador y amigo. Luego esta intimidad fraternal continuó con más fuerza todavía, llegados los años de juventud y madurez, donde la comunicación de todo tipo de sentimientos era eminente y sincera. Luego la vida y la profesión le alejaron, pero la distancia no mide, ni disminuye los afectos y Rufino siguió siendo, su hermano preferido, sin detrimento del cariño hacia los demás. Su esposa María Luisa, la mujer que se enamoró de él, cuando su alma era todavía de niña y su pensamiento un sueño de felicidad. Presencia, belleza, inteligencia y uniforme la sedujeron hasta dejarse llevar al altar. Vinieron los hijos engendrados en horas nocturnas de amor y pasión y criados en un hogar donde a modo de carpa, el amor cubrió todos los avatares de la vida, incluido el enorme dolor de la pérdida de uno de sus seis vástagos. En ambas mujeres vi en aquella mañana de pálido cielo y desconsolada brisa, como desde un ángulo de una habitación y un ventanal de un pequeño habitáculo, la vida muestra su mayor grandeza con solo observar a dos mujeres cuyo llanto era el mejor poema de amor, encanto y entrega que el ser humano es capaz de concebir.

Rufino Mohedas Gómez, coronel de la Guardia Civil, nos deja su cuerpo y ausenta su vida en dirección al más allá. Que gran credencial llevas, para presentársela al Creador, con el amor de estas dos mujeres, de tus hijos, de toda tu familia y de aquellos qué sin tener lazos de sangre, sintieron que una nueva herida iba a dejar cicatriz en el seno de sus sentimientos. El viejo reloj contagiado por el flujo de amor y recuerdo a tu persona, se ha levantado de su hermético retiro, para obsequiarte con el sonido de sus campanadas. Son las once y media de la mañana. Es la hora de la despedida ante el Ser Supremo. No es la frase a decir: “Descanse en paz” porque conociendo a Rufino seguro que se habrá puesto al servicio de otra nación y otro poder que ahora se llaman “Cielo y Dios”.

 

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