Tras el imprevisible desparrame electoral del pasado domingo quedan claras cuestiones varias como que a los españoles no les gusta concentrar todo el poder en un mismo partido y cuando castiga, una o dos veces, tiende a bascular hacia el otro extremo, tampoco les gusta el tono, la forma, la letra pequeña, la estética en general de los acuerdos entre PP y Vox en comunidades autónomas y el compromiso político que conllevan, como la incómoda reacción de Feijóo la última semana cuando se vio apretado por diferentes cuestiones y no supo tirar de naturalidad reconociendo y lo grave no es meter la pata sino no saber sacarla rápido y, todo unido, matiz arriba o abajo, ha propiciado una situación inesperada que oxigena la crisis interna que arrastraba el PSOE y agita una ventolera inesperada en el PP, que ha dejado de ser ese partido feliz que se regodeaba de la imagen que le devolvía el espejo.
Hay que reconocer la habilidad y
capacidad de resistencia de Pedro Sánchez, guste o lo contrario el presidencial humano. Su jugada maestra convocando ahora ha sido perfecta, cogiendo al PP y a los demás a contrapié, agrupando a su izquierda en Sumar y plateando un plebiscito nacional entre la derecha radical o él. Con este resultado logra no solo ser el único con posibilidad real de formar gobierno, sino que, lo más importante, ilumina su liderazgo dentro del partido y elimina de golpe una intención de sustituirle que tenía buena parte del mismo tras el resultado del 28M. Hoy casi todos ahora son
sanchistas, de hecho el
sanchismo, paradójicamente, ha derrotado al
sanchismo, confían en que terminará renovando la presidencia y de ella emanará el resurgir para tantas instituciones perdidas.
El PSOE es como la salamandra, desecha partes de su cuerpo infectadas para regenerarlas de nuevo y lo hace, además, en la confianza genética de su propia naturaleza.
Sánchez ha suspendido el Comité Federal previsto para este sábado y ha mandado a todos de vacaciones, que nadie hable y dejen al PP que cocine -a fuego lento- su amarga victoria, que es más amarga que victoria porque gana quien gobierna y no tiene venta eso de apelar a su derecho a gobierno por ser la lista más votada cuando en comunidades y ayuntamientos han acordado con Vox siendo el PSOE el partido más votado –de hecho Juanma Moreno gobernó con Ciudadanos su primera legislatura habiendo ganado el PSOE de Susana Díaz-.
Feijóo pensó tras el cara a cara que todo estaba hecho y, como otros antes, se diluyó en ello con un final de campaña penoso; pese al tibio cierre de filas en torno al gallego, la mayoría piensa –en voz baja- en una nueva etapa a futuro que debe ser liderada por otra persona y, por ello, se avecinan tiempos de conspiraciones, apoyos, acertar arrimándose al grupo victorioso… También de echar cuentas, como las que hacen en Andalucía, donde no han logrado el respaldo esperado y donde el PSOE ha quedado a tan solo un puñado de votos del PP de Juanma Moreno, inquieto y desorientado ante un resultado que le recuerda que un porcentaje de los votos que están en su saca son en modo préstamo a corto, no a perpetuidad. Y los préstamos hay que devolverlos, a veces, como sucede ahora con las hipotecas a variable, a alto precio; nada es eterno en política y un puñado de votos lo cambia todo, de hecho el PP estaba absolutamente convencido de que gobernaba España y solo dudaba si solo o con Vox en base a todas esas empresas encuestadoras que les han dado datos equívocos cuando el PSOE, por el contrario, sabía desde hacía días que ni en la parte alta de las horquillas las dos formaciones de derechas sumaban mayoría. En ese sentido,
tanto la estrategia interna como la fiscalización de los datos en la formación popular han sido claramente mejorables y, de ahí, no solo el resultado, sino esa cara de estupor e incredulidad que había en el balcón de Génova; desde aquel arriesgado verano azul, cuya sintonía ha terminado por resumir este trance político que tiene a todo el partido preguntándose qué falló para ver abortada tan abruptamente la fiesta prevista en, imaginemos, la cubierta del barco de Chanquete.
Sumar y Vox se consolidan como las alternativas a izquierda y derecha y lo hacen en proporciones similares, solo que
mientras que en la izquierda no desentona la unión de ambos en la derecha sucede lo contrario con
un PP que también ha demonizado a Vox y, en este sentido, cabe resaltar el poco talante democrático que en general existe en todo el territorio rebajando el voto de Vox como si este procediera de la cloaca, del narcotráfico o valiera menos cuando la democracia se fundamenta en el derecho al libre pensamiento y en el respeto a que cada cual elija la papeleta que le parezca y más de tres millones de españoles, por la razón que sea, eligieron la de Abascal. Distinto es analizar las razones que llevan a la ultraderecha a ganar tanto adepto. Pero esa es otra cuestión.
La democracia está adulterada, al menos por quienes, en el fondo, sienten que ser demócrata es coincidir ideológicamente con los que se auto denominan demócratas genuinos y esos están a la izquierda, también fruto de que a los de derecha, históricamente acomplejados, les cuesta vocalizar un sencillo
“soy de derechas” y lo camuflan calificándose conservadores, liberales, de casi centro…
También florece la sensación, o al menos uno quiere verlo,
de que estas elecciones pueden suponer un punto de inflexión en la banalización electoral que hemos vivido con un electorado que ha demostrado estar por encima del ruido superfluo y ha prestado atención al detalle de la mentira, de unos y otros, que deberán a futuro calmar, controlar, acotar su muchas veces desmedido ímpetu embustero, también a toda esa basura de
perro sanxe o que
te vote txapote que hastía hasta al más fan y tal vez avancemos hacia una sociedad mejor educada, que empieza a saber apartar lo etéreo y que, llegado el momento, se deja influenciar por lo concreto y no tanto por el fango intencionado. Quizás no, pero hay que creer en ello, reivindicarlo, que está bien el chiste porque divierte, pero llegada la hora hay que decidir con criterio y en serio.
Y con estas, con un PSOE inesperadamente animado y un PP afligido que consume su sorpresa a fuego lento, fenece julio y asoma caluroso agosto y esos días de asueto ansiados. Termina, de esta guisa, un curso político de lo más intenso, el que más en años, veremos si el próximo se consolida un gobierno imposible con Sánchez a la cabeza, pocos dudan que así será dados sus escasos escrúpulos cuando de retener el poder se trata, o hay repetición de elecciones, en medio de lo cual disfrutemos de un verano donde la temperatura exacta de la bebida y el próximo libro, o lo que a cada cual guste, sean las decisiones vitales de cada día.
Agosto azul o rojo. Puestos a elegir, nada como el turquesa, que es el color infinito cuando el mar se tiñe de bonito y se balancea, espumoso y templado, sobre sus orillas predilectas en este agosto de Cádiz. Donde todo se une para que todo, al tiempo, se detenga.