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El Loco de la salina

El número de tontos es infinito

En España la tradición de adornar el árbol llegó en el año 1870 gracias a una princesa de origen ruso, llamada Sofía Troubetzkoy

Publicado: 26/11/2023 ·
19:05
· Actualizado: 26/11/2023 · 19:05
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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Ahí fuera ocurren cosas que aquí en el manicomio no se nos pasan por la cabeza. Ahora les ha dado por competir a ver quién pone el árbol de Navidad más alto y más grande, aparte de ver quién le pone más bombillitas al tema. Muchos políticos son como niños, aunque con la inocencia perdida. Antes siempre había un tonto en cada pueblo, pero los tontos se han multiplicado y ya es una tontería contarlos. Pues bien, los tontos han organizado una auténtica carrera sin que sepamos hasta dónde son capaces de llegar. Los arbolitos de Vigo, de Badalona, de Granada o de Madrid y de otros pueblos competidores se han quedado enanos, comparados con el que han plantado en Cartes, pueblo de Cantabria, que ha llegado a los 65 metros y lo que te rondaré, morena.

Todo tiene su historia, pero aquí está este loco para explicarla.

Eso de cortar un árbol para adornarlo y llenarlo de regalos es una costumbre del año la pera, anterior al siglo VII a.C. Parece que los celtas fueron los inventores de esta historia. Ellos decoraban los robles con frutas y velas, lo cual era una forma de reanimar el árbol y asegurar el regreso del sol y de la vegetación, haciendo del árbol un símbolo de fertilidad y de regeneración. Sobre el siglo XV había un árbol famoso en el centro de Alemania al que se le ofrecía todos los años un sacrificio. Pero el misionero Bonifacio (680-754), no se anduvo con chiquitas, taló el árbol para cabreo y sorpresa de los lugareños, y, después de leer el evangelio, les colocó un abeto explicándoles que representaba la vida eterna, porque sus hojas siempre están verdes y su copa señala al cielo. Al principio se adornó el árbol con manzanas, símbolo de las tentaciones, aunque alguien cayó en la cuenta de la faena que nos hicieron Adán y Eva en el Paraíso a cuenta de una manzana, y las sustituyó por estrellas de Belén. Esto todavía no ha ocurrido con la manzanita de los ordenadores Apple, que ya presentan un pequeño bocado en su barriguita, pero todo llegará.

Ya se sabe que, ante la imposibilidad de luchar contra ellas, el cristianismo cogía las costumbres paganas, las adoptaba, las transformaba a su estilo y ya parecían cristianas desde que las parieron. Eso se llama habilidad.

En España la tradición de adornar el árbol llegó en el año 1870 gracias a una princesa de origen ruso, llamada Sofía Troubetzkoy, aunque no está ahora Putin para adornar arbolitos. Aquí, en lo que todavía es España hasta que quiera Puigdemont, nos hemos tragado con facilidad costumbres americanas, alemanas y otras del quinto pino. Por eso no vamos a extrañarnos ahora de que esta costumbre del arbolito haya triunfado disponiendo como disponemos de un impresionante arsenal de tontos dispuestos a copiar lo que haga falta.

Los locos pensamos que hay que estar muy tocados del coco, como lo estaban los de la Torre de Babel, para intentar llegar con los arbolitos al mismo cielo.

Aquí en el manicomio seguimos poniendo en el salón el nacimiento de toda la vida de Dios, para que no se pierda la idea. Digo esto, porque es sorprendente que los chinos, entre cuyas costumbres no está el nacimiento de Belén ni por asomo, lo estén poniendo en algunos escaparates de La Isla con más detalles que nosotros. Incluso los pastores tienen los ojos rasgados, los ríos son amarillos y no es de extrañar que con el tiempo abran en la cueva una nueva tienda.

Nos quedan muchas cosas por ver y por tragar, paisanos.

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