Las bicicletas son para el verano, que escribió Fernando Fernán Gómez, pero el teatro, evidentemente, no. Todavía más en un año de Eurocopa y Juegos Olímpicos. Solo algunas localidades, como Mérida, Almagro o Niebla, pueden disfrutar durante el verano del teatro clásico, y en Madrid queda alguna comedia. María Díaz, experta en comunicación teatral, ha enviado una nota informativa en la que reclama: “Encontremos un sitio para la cultura”. Sobre todo, sí, tras el maratón estival del personal tumbado en el sofá en espera de medallas olímpicas. Pero ya llegó septiembre. Y en el madrileño Teatro Lara se representa una obra (que esperemos tenga larga vida) corrosiva y deslumbrante, un drama disfrazado de comedia, ‘Una cuestión de formas’, del norteamericano Neil LaBute, que me hace revivir algunas sensaciones que experimenté mientras veía ‘Arte’, de Yasmina Reza, ‘La mentira’, de Florian Zeller, o algunas piezas de David Mamet, en definitiva, ese inigualable sabor a ficción que parece vida real, algo que únicamente proporciona el teatro bien hecho.
La obra tiene una tensión narrativa constante, una fuerza en la palabra que sostiene a pulso una situación única con extraordinario giro final, un inteligentísimo humor ácido que disfraza de comedia lo que, en verdad, es un drama, una función de amor/desamor, timideces y cuernos, que supone también una lúcida reflexión sobre el arte y, ante todo, sobre la manipulación entre personas, pero que aún va más allá: se trata de una colosal reflexión en torno a la condición humana. Es aparentemente una comedia gamberra, pero en el subsuelo hay una obra densa, que obliga a trabajar intelectualmente al espectador mientras simula que lo divierte. Esta versión de ‘Una cuestión…’ consiste en palabra y actor, porque sin una interpretación fuera de serie, como aquí se da, se hundiría inevitablemente un texto de tan intrincados matices, de tantos recovecos dramáticos, de ese ahondar en la mentira. Esther Acebo, Lluvia Rojo, Bernabé Fernández y Chema Coloma, hacen creíbles a unos personajes con el alma rasgada o con el cuchillo dispuesto a rasgarla. Todo en un contexto fuera de lo considerado como políticamente correcto. “Tienes un culo estupendo”, le dice el ensimismado Adam a Evelym, una chica sensual, atractiva, inteligentísima y mala (colosal Esther Acebo). Y me quedo sin espacio para contar más de la obra. Que es arte. Elegancia escénica. Una sugestiva reflexión sobre la maldad. Aunque llena de belleza. Una cuestión de formas.
