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Las previsiones

Las primeras páginas de los periódicos del viernes, en las que se daba cuenta de la escalofriante cifra del paro, perdieron buena parte de la merecida atención, cuando a media mañana la capital de España se convirtió en un auténtico caos a causa de una gran nevada...

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Las primeras páginas de los periódicos del viernes, en las que se daba cuenta de la escalofriante cifra del paro, perdieron buena parte de la merecida atención, cuando a media mañana la capital de España se convirtió en un auténtico caos a causa de una gran nevada. Grande y a ratos muy intensa, es verdad; pero cuesta creer que un fenómeno propio de la estación pueda llegar a causar tales estragos.

Sin duda, lo más significativo fue el cierre del que es el cuarto aeropuerto de Europa y primero de España, a su vez y mientras no se diga lo contrario, octava potencia económica del mundo. Sólo señalar, a modo de dato especialmente reseñable, que para acceder a la famosa T-4 había que hacerlo con cadenas, que los pasajeros abandonaban los taxis creyendo que a pie llegarían a tiempo para coger su vuelo. Ayer sábado los problemas persistían.

Como vivimos en un sistema en el que las competencias están repartidas de manera que una carretera es de unos y otras de otros, al final todos culpables o todos inocentes. El problema, al final, es que los meteorólogos no acertaron. Ver para creer.

La cuestión final es que las previsiones fallaron y nadie pensó que podía ser para tanto, pero lo fue. Afortunadamente y, como ocurre siempre, después de la tempestad viene la calma.

La de la nieve va pasando. La otra, la tempestad del paro, va para largo, pero nadie se resigna a la prudencia y surgen las previsiones, como las que al parecer alertaron de la nieve pero que nadie entendió. El ministro de Trabajo ha asegurado que en ningún caso llegaremos ni de lejos a los cuatro millones de parados y el propio presidente se arriesga a anunciar que a partir del primer trimestre de este año y de manera suave se irán recuperando puestos de trabajo. La nieve se diluye, pero las palabras de los responsables políticos ahí quedan.
Este Gobierno, al que se le pueden atribuir varios aciertos, no se caracteriza, sin embargo, por sus dotes a la hora de imaginar el futuro que, sobre todo el presidente, fiel a su discurso, trata de edulcorar y con ello de ganar tiempo.

Si difícil resulta, al parecer, prever la intensidad de una nevada, cuánto más el devenir de una situación económica tan endiablada como la que tenemos, máxime cuando las costuras financieras del Estado están ya casi al límite. Tan al límite que deberemos estar atentos a cómo se va a dar cumplimiento a las palabras del presidente de que nadie quedará sin cobertura. Hay ya 900.000 ciudadanos sin nada entre las manos. Las emergencias surgidas por las inclemencias del tiempo tienen sus protocolos y sus grados. ¿No está España en una situación de emergencia económica? ¿No hay más solución, más idea que la de tirar de un dinero que el Estado ya no tiene?

Es seguro que en cuestión de semanas habrá nuevos fondos y que se apelará a la mesa de diálogo social, que nadie sabe donde está; pero tan seguro como esto es que el Ejecutivo no tomará ni una sólo medida de esas que se llaman antipáticas y que no pasan por recortar derechos, pero si por tomar decisiones difíciles de aplicar y complicadas de asumir. Cuando nieva y las pistas se hielan, se aparcan los aviones, la gente se queda en tierra y no pasa nada y si pasa, como se ve, no importa.

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