Ansias infinitas de vivir en paz
En la vida de toda persona no faltan tiempos difíciles. Los agobios aparecen de forma brusca o a paso lento y llenan de incertidumbre, de nerviosismo y hasta de perplejidad o, incluso, de miedo...
Cuando eso ocurre, cuando el hombre se deja llevar por los impulsos que conducen a los enfrentamientos violentos o faltos de lógica y de comprensión, se agranda la distancia que lo separa de la paz, del buen entendimiento, del perdón sincero ante cualquier ofensa, de la armonía que se necesita en la vida de relación, y se hace daño a uno mismo y a muchas otras personas. Toda persona tiene el deber de ser responsable, de actuar bien en la relación con uno mismo y con los demás. Para ello debe cuidar la paz consigo mismo.
La humanidad está angustiada porque no hay paz en el mundo; porque no se vive en un ambiente de serenidad, de entendimiento, de apoyo mutuo para suplir con las posibilidades de unos las carencias de otros, sin importar tener algo menos para que otros no carezcan de todo. Tanto da que se trate de necesidades materiales como de las necesidades del saber y, sobre todo, de las que brotan de lo más íntimo del ser, de esa inquietud del espíritu que se pregunta por la razón de su vida, para qué vive, qué se espera de él, como persona, en la inmensidad del mundo.
En esa inmensidad de superficie y de muchedumbre, en el que todo hombre vive, hay un clamor fuerte y angustioso en gran parte, que pone de manifiesto las ansias infinitas que la humanidad tiene de la paz, para poder vivir con la dignidad que a todo hombre libre le corresponde por derecho propio. A pesar de ello; a pesar de signos tan evidentes, no aparece la respuesta adecuada sino otras que aumentan el desconcierto, la insatisfacción y el temor en gran cantidad de personas de toda clase y condición. ¿Por qué esa negación a lograr la paz que la humanidad necesita? ¿Por qué buscan otras cosas que son negativas para la paz?
No son necesarios gestos que suponen amenazas de unos hacia otros y menos aún algunos hechos que son claras manifestaciones de fuerza. No son necesarias reuniones de alto nivel en las que se discute desde posiciones de fuerza o de intransigencia, sino las actuaciones que vayan dando las respuestas adecuadas a lo que la humanidad está haciendo patente con ese clamor que se hace notar como ansias infinitas de vivir en paz; la paz de las almas, la de los espíritus de los hombres libres que la necesitan para ser, con toda plenitud, hombres libres, hombres que aman la paz con todos los demás.
Cuando hay persecución a quienes proclaman la necesidad de vivir la paz interior como base de partida para su caminar en la vida; cuando se niega la colaboración con quienes están dispuestos a prestar su ayuda, cuando se imponen criterios en base a la fuerza que pueda proporcionar algún tipo de poder circunstancial o cuando no se está dispuesto a escuchar a quienes presentan sus objeciones, se está desoyendo ese clamor que muestra las ansias infinitas que los hombres tiene de vivir en paz.
Esta situación de insatisfacción y de temor no debiera dar paso a violencias, que son contrarias al buen hacer que la paz interior, la paz del alma, proclama para toda actividad humana. La serenidad del amor a todos debe mostrarse en todo momento, tanto más cuanto mayor sea la dificultad a vencer.
Es hora de procurar la fortaleza de la paz interior personal, la fortaleza del amor del alma por toda otra alma, y ayudar decididamente a que esas ansias infinitas de vivir en paz, que son un verdadero y fuerte clamor, lleguen a ser realidad. Esa ayuda significa sacrificio, entrega y dejar de lado esas pequeñas cosas que oscurecen la mente y ablandan la voluntad.
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