Los gamberros y la desidia municipal van destrozando el Parque del Barrero
Hasta los cristales presuntamente irrompibles de los servicios han sido destrozados.
La falta de vigilancia propicia el deterioro y afear la conducta de los gamberros es un peligro
El mobiliario no se repone y las pintadas a discreción rodean ya todo el recinto verde
Se salva el servicio de mantenimiento de los jardines, pero limitado al cuidado de las plantas que nunca falta en el Parque del Barrero, llamado también Campo de la Constitución. A partir de ahí falla todo, a pesar de ser un parque vallado precisamente para evitar que se convirtiera en lo que se ha convertido, un centro de reunión de testosterona concentrada y hormonas incontroladas. Y a veces, si alguien les llama la atención, hasta puede aparecer la hoja de una navaja.
Algunas de las puertas están cerradas a cal y canto, no porque no sean necesarias, sino porque al menos en uno de los casos, un grupo de gamberros la arrancó de los raíles y el arreglo se limitó a ponerla fija. Y cerrada, claro.
Los servicios públicos y una sala que nunca se supo exactamente a qué se iba a dedicar, están cerrados a cal y canto con los cristales irrompibles rotos a fuerza de arrojar adoquines contra ellos por parte de adolescentes que eran grabados por sus novias o amigos.
Los grafitis -aunque el grafiti es otra cosa mucho más honrosa que lo que se ve allí- circundan el parque y no se salva más que el monumento a Klara García, milagrosamente intacto por ahora.
Bancos que han sido arrancados de cuajo, elementos de gimnasia que están rotos desde el verano pasado, papeleras tiradas al suelo o simplemente faltan -no una o dos, sino muchas- y un cerramiento tan poco efectivo que es fácil entrar en el parque a cualquier hora, completan el panorama de una zona verdad que se llena los fines de semana y que cada vez aparece peor cuidada.
Lo que se rompe no se repone y lo que falta se va acumulando, mientras que la vigilancia del recinto brilla por su ausencia, aunque a tenor de los episodios que cuentan algunas personas, no haría falta un simple guarda, sino una escuadra de gastadores de las fuerzas especiales para pararles los pies a algunos de los que no sólo destrozan, sino que provocan a los presentes en busca de alguna oposición a la que contestar “adecuadamente”.
Algunas de las puertas están cerradas a cal y canto, no porque no sean necesarias, sino porque al menos en uno de los casos, un grupo de gamberros la arrancó de los raíles y el arreglo se limitó a ponerla fija. Y cerrada, claro.
Los servicios públicos y una sala que nunca se supo exactamente a qué se iba a dedicar, están cerrados a cal y canto con los cristales irrompibles rotos a fuerza de arrojar adoquines contra ellos por parte de adolescentes que eran grabados por sus novias o amigos.
Los grafitis -aunque el grafiti es otra cosa mucho más honrosa que lo que se ve allí- circundan el parque y no se salva más que el monumento a Klara García, milagrosamente intacto por ahora.
Bancos que han sido arrancados de cuajo, elementos de gimnasia que están rotos desde el verano pasado, papeleras tiradas al suelo o simplemente faltan -no una o dos, sino muchas- y un cerramiento tan poco efectivo que es fácil entrar en el parque a cualquier hora, completan el panorama de una zona verdad que se llena los fines de semana y que cada vez aparece peor cuidada.
Lo que se rompe no se repone y lo que falta se va acumulando, mientras que la vigilancia del recinto brilla por su ausencia, aunque a tenor de los episodios que cuentan algunas personas, no haría falta un simple guarda, sino una escuadra de gastadores de las fuerzas especiales para pararles los pies a algunos de los que no sólo destrozan, sino que provocan a los presentes en busca de alguna oposición a la que contestar “adecuadamente”.
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