El fotógrafo Emilio Morenatti, correspondal en Pakistán, expone en el Castillo de Santa Catalina, una muestra que recoge el horror de la violencia machista en el país islámico
Emilio Morenatti es uno de los fotógrafos gaditanos más afamados del mundo. Este jerezano autodidacta de la imagen inició su andadura muy joven, entre otros lugares las cabeceras de INFORMACION. Durante el último año ha cumplido magistralmente su cometido como corresponsal de la agencia Asociated Press en Pakistán. En este tiempo ha vivido multitud de situaciones de las que hacen madurar como profesional y sobre todo como persona. En estos días ha vuelto a Cádiz para dejar parte de su sensibilidad en el Castillo de Santa Catalina, para el disfrute de todos los amantes de la fotografía, y de los que van más allá de la imagen.
—Acaba de inaugurar su exposición ‘Violencia de Género’ en el Castillo de Santa Catalina, ¿se siente profeta en tu tierra? —No es que me sienta profeta en mi tierra. No es eso. Esto lo vivo como una gran oportunidad. No esperaba ni que la exposición se fuera a desarrollar, porque no estaba muy claro. Me he sentido muy bien, porque ha sido bien acogida. Lo que sí me siento es arropado. —¿Cuántos días hace que llegó a España? —Llegamos el lunes. Mi mujer y yo pasamos tres días en Barcelona y luego nos vinimos para acá. Echo mucho de menos mi tierra. Vengo dos veces al año. —Actualmente se encuentra de corresponsal en Pakistán para la agencia AP ¿cómo lleva vivir allí? —Pakistán es un país que está muy revuelto. Está sumido en un caos tan profundo, que algunos dan de seis meses a un año para que fracase como estado. Ataques suicidas cada dos o tres días y sin saber nunca cuál será el siguiente paso. —¿Con ese panorama venir a España le debe saber a gloria? —Allí no hay turistas. La única gente de fuera bien son periodistas, bien representaciones diplomáticas. Por eso entre la población los extranjeros llamamos mucho la atención, y llegas aquí y pasas desapercibido. Eso es una gozada que no valoras hasta que lo pierdes. —¿Ha sentido miedo alguna vez? —El miedo es algo que sí que está siempre ahí. Sabes que puede ocurrir cualquier cosa, y más después de haber estado secuestrado como en mi caso. Somos conscientes del riesgo que corremos porque los extranjeros somos objetivo. Vives con la idea de que tu cabeza tiene precio y sabes que te pueden secuestrar o asesinar el día menos pensado. —Entonces, ¿cree que para este trabajo no vale cualquier periodista y hay que estar hecho de una pasta especial? —No creo en los tópicos. Se te ofrece una oportunidad como ésta y te vas. Estoy seguro de que si a muchos de mis compañeros se les diera esta opción se irían. No estoy hecho de una pasta especial. Me considero una persona normal y corriente, con nuestros miedos y nuestras cosas. Vivo esto que me está pasando como un privilegio. —Ahora que ha hecho alusión a sus compañeros, ¿habrá sido muy especial para usted el reencuentro con los fotógrafos de Cádiz? —Sin duda, lo que pasa es que sigo en contacto con muchos de ellos. Pero sí ha sido muy bonito, porque hay muy buen rollo. El sábado tuvimos un encuentro para enseñarnos fotos. —¿La exposición que ha traído a Cádiz ha podido ser uno de los trabajos más especiales para usted por el tema que se trata, la violencia de género? —El año pasado hice varias historias. Para mí ésta es muy interesante. La acabé, la presenté al director del Centro Andaluz de Fotografía, Pablo Juliá, y me dio su aprobación. Le he puesto mucho cariño y he estado trabajando en ella durante siete meses. Puede ser el proyecto más sólido de cuantos he realizado porque lo pensé para exposición. Sin duda, es uno de los más especiales. —¿Cuál es el mensaje que quiere lanzar con esta muestra? —Es una exposición muy dura, no apta para todos los públicos. Refleja una realidad de una parte muy importante de la población pakistaní como son las mujeres. Muchas de ellas son víctimas de violencia de género por multitud de razones. En cualquier caso, más que ver a una mujer con la cara quemada por ácido, quiero que la gente reflexione sobre la historia que hay detrás de cada una de ellas. De esta manera el objetivo estará cumplido. —¿Le gustaría cambiar de destino? —Me debo a una empresa que decide dónde tengo que ir. No tengo ningún objetivo marcado, ni ningún proyecto soñado. En principio me enviaron allí para dos años y ya llevo uno. El año que viene se verá si quieren seguir contando conmigo y dónde.