Que el árbitro Velasco Carballo no reflejara en el acta de la final de la copa del Rey la pitada secesionista contra Felipe IV no es sorprendente. Lo raro habría sido que en el capítulo de incidencias el colegiado hubiera escrito que en el Camp Nou se fraguó la versión catalana de La Marsellesa. Velasco es consciente de que los silbatos no fueron utilizados para interpretar sardanas, sino para entonar un réquiem a la monarquía, pero lo omite porque entiende, tal vez, que insultar a la madre patria es menos grave que mentarle a la suya. O que perder tiempo en el descuento.
Perder tiempo es lo que hasta ahora ha hecho el Gobierno español, que, espoleado por el retroceso en las urnas, ha dado por fin, aunque previsiblemente contra su voluntad, un puñetazo en la mesa del Consejo General de Deportes que tendrá efecto en el balance económico de los dos clubes que disputaron el partido. Si la comisión antiviolencia sanciona a Barça y Athletic les dará donde más le duele, que no es en el independentismo, sino en la cuenta de resultados por aquello de que en el mercado de invierno el euro tiene más caché que la senyera.
Habrá quien considere excesiva la reacción gubernamental, pero, a mi entender, es peor convertir en segundo anfiteatro en un cantón que tirarle un plátano a Diego Alves. Más que nada porque lo segundo es obra de un hombre equivocado y lo primero una acción orquestada. De modo que al aficionado del Villarreal que afrentó al brasileño habría que obligarle a ver las películas de Tarzán para enseñarle que el hombre mono era blanco, en tanto que al respetable que utilizó el instrumento de viento para la charanga nacionalista habría que quitarles el carné de socio hasta que aprendiera modales o se licenciara en protocolo.
La directiva blaugrana entiende que la sanción, si se consuma, sería injusta porque se manifestó contra lo que iba a ocurrir antes de que ocurriera. Eso es cierto, pero tampoco el Betis tiene culpa de que parte de su afición entone cánticos a favor del maltrato a la mujer y sin embargo le cerrarán una porción de estadio por machismo melódico. Verás tú como a partir de ahora la grada del Villamarín parece bienal de feministas y en los partidos de final de copa entre el Barça y el Bilbao hay más silencio que si en el palco estuviera el generalísimo.