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Un oasis contra la marginalidad

La directora de la residencia Siloé para minusválidos físicos espera que el futuro tranvía de la ciudad esté completamente adaptado para discapacitados

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  • Sor Rosalía Hernández con un grupo de minusválidos de la Residencia Siloé en el barrio de Santa Isabel.
En el mismo lugar donde no hace muchos años se localizaban los únicos focos de chabolismo de la capital emergió a finales de los ochenta el edificio “Siloé”, que hoy integra la residencia de estudiantes adultos discapacitados físicos y la unidad de estancia diurna, además de acoger en verano a niños del Este de Europa y del Sahara. Desde 1989 sor Rosalía Hernández y Francisco Pacheco, directora y presidente de la Junta directiva del centro, entre otros muchos, se empeñaron en que aquel solar de la calle San Lucas, en el barrio de Santa Isabel, que nadie quería se convirtiese en un pequeño oasis contra la marginalidad, con el fin de ofrecer una oportunidad a aquellas personas para las que su minusvalía había reservado un lugar prioritario en el salón de casa frente al televisor.
“Esta residencia ha dado esperanza a muchos jóvenes y ha colocado a algunos de ellos donde debían estar, en la Universidad”, explica sor Rosalía, directora de la residencia, que se siente orgullosa de cada uno de los jóvenes que han pasado y están en la resdidencia Siloé. Sin embargo, a pesar de que asegura que se ha avanzado mucho, le preocupan la crisis de valores que vive la sociedad actual y la deshumanización de la Sanidad, además del modelo de ciudad del que tanto se habla actualmente.

Ayudas
Para sor Rosalía las pensiones muchas veces se convierten en auténticos lastres para los minusválidos y para sus familias, ya que suelen ponerle puertas al futuro del minusválido. “No quiere decir esto que no sean necesarias, sino que tal vez deberían ir encaminadas más hacia la inserción, becas al estudio, etc.”, matiza. A la directora de la residencia, que tiene una capacidad para treinta estudiantes, no le queda tan lejos aquel estudio que en 1990 realizaron sobre las carencias más importantes del colectivo de discapacitados físicos en la provincia de Jaén, en el que se ponía de manifiesto el desolador futuro que les deparaba a la mayoría de ellos. Ahora, sor Rosalía, se pregunta desde su oasis de la calle San Lucas, mirando desde la azotea el monte de Santa Catalina, si el tranvía del que tanto se habla estará completamente adaptado para minusválidos físicos, o si tiene sentido implantar un sistema de transporte que desapareció hace cincuenta años en todas las ciudades españolas. Para la directora, Jaén sigue teniendo el mismo problema que observó en esta ciudad, a la que ama tanto como a sus enfermos: que ve lo que tiene, pero no es capaz de ver lo que podría tener. Sin embargo, gracias a esfuerzos como el suyo, los minusválidos físicos tienen una oportunidad.

La labor de las Hijas de la Caridad
En 1970 estando aún en uso el Hospital San Juan de Dios, los responsables de la Fraternidad Cristiana, solicitaron ayuda para encontrar un sacerdote que se interesase por el problema de los minusválidos. Ante la falta de respuesta se iniciaron los primeros intentos de acogerlos en los sótanos del antiguo Obispado.
Mas tarde se puso en marcha una escuela de adultos para minusválidos. Además existía la posibilidad de estudiar a través de radio ECCA. En 1973, el traslado al hospital supone un fuerte revés para los minusválidos, ya que era imposible trasladarse a las afueras sin que el viaje supusiera una auténtica odisea. Un año después, un matrimonio de disminuidos físicos con 8 hijos, emigra, y ofrece su casa a las Hijas de la Caridad, para que realicen su labor mucho más cerca del hospital. Durante dos años la casa realizó una importante labor social, destacando la promoción de disminuidos físicos, se abrió un dispensario, se dio hospitalidad transitoria a niños minusválidos, madres solteras. De ahí al barrio de Santa Isabel, donde se alquila otra pequeña casa. Después, comenzaría a nacer el germen de la residencia Siloé, cuya primera piedra fue colocada el 25 de noviembre de 1992. Sin embargo, lo que parecía el fin de una larga lucha por los minusválidos físicos de Jaén, no fue más que una nueva etapa en la que muchos de los promotores de la iniciativa, la mayoría minusválidos, tuvieron que empeñar hasta la camisa.

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