Ya empezamos a conocer la fórmula que el gobierno socialista de Zapatero va a aplicar para enjugar el tremendo déficit público que el Estado está contrayendo, consecuencia inevitable de las medidas anti crisis que están aplicando: Salvar las cuentas de resultados de las entidades financieras, consecuencia de una nefasta gestión económica por parte de sus gestores, que va a ser pagada con una subida de impuestos que pagaremos indiscriminadamente todos los españoles.
El incremento de los impuestos especiales que gravan el petróleo y las gasolinas, así como del tabaco, aprobados por el Consejo de Ministros, repercuten de forma directa en todos los españoles, al margen de su capacidad económica. Son impuestos indirectos los que realizaremos cada vez que repostemos gasolina, o compremos una cajetilla de Ducados. A estos puede que se le unan más, pues esta semana ya han lanzado el mensaje desde la Secretaría de Estado de Hacienda, de que se están estudiando aumentos en otras figuras tributarias. Está claro que la brutal subida que le dieron a los recibos de la luz, tratando de esconderla con la emisión de facturas mensuales, no van a ser los únicos impuestos que nos suba ZP. ¿Recuerda ya alguien que nos prometió en su programa electoral, hace un año, que no nos subiría los impuestos?
El dislate de esta medida es obvia: que se socialicen las pérdidas de los banqueros, mientras estos se embolsan sus millonarias ganancias. Es la verdadera cara de este socialismo de sonrisas y talante, con Zapatero actuando de gran Robin Hood, pero a la inversa. Esquilma los bolsillos de los contribuyentes, de los ciudadanos, de los trabajadores que lo auparon al poder con su voto, para entregarle subvenciones, ayudas y avales a manos llenas a los dilapidadores y especuladores bancarios y financieros, quienes, en gran medida, nos han acercado al abismo en que nos encontramos. Sin contrapartidas ni dimisiones como consecuencia de sus nefastas gestiones. Sus motivos tendrá. Tal vez ocultos.
Con esta política recaudatoria, ZP tira por tierra aquello de que contribuya más el que más tiene; y que el principio de la progresividad de los impuestos quede postergado a una mera intencionalidad relegada al campo de las promesas electorales o un recurso fácil para el plauso en los mítines en Dos Hermanas. Si Pablo Iglesias levantara la cabeza (o su abuelo el militar) y le recordara que las desigualdades sociales se reducen haciéndole pagar más al que más tiene y no distribuyendo la carga financiera entre todos sin tener en cuenta su capacidad económica, tal vez le conteste que eso no lo aprendió en las dos tardes en que Jordi Sevilla le enseñó lo que sabe de economía.
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