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Lunes 01/07/2024
 

Donde la tierra llora

Cada vez que se acerca una cumbre sobre el cambio climático y leo algún artículo o reportaje respecto de este tema me quedo meditabundo. Dándole vueltas a la cabeza.

Cada vez que se acerca una cumbre sobre el cambio climático y leo algún artículo o reportaje respecto de este tema me quedo meditabundo. Dándole vueltas a la cabeza. Pensando en todo esto y haciendo examen de conciencia.
Es, por decirlo de alguna forma, un modo de encontrar mis culpas en todo este asunto. Pero creo que ni usted ni yo tenemos nada que ver con el fondo. Por un lado, porque no decidimos instalar fábricas ni construir barcos que contaminan ni coches que circulen a diario emitiendo gases a la atmósfera.
Creo que ni usted ni yo estábamos aquí cuando se inventaron y pusieron a disposición de miles, millones de personas estas grandes empresas y adelantos; pero por otro lado nos beneficiamos de todo ello.
Yo viajo en coche y por lo tanto lleno el depósito de ese maldito producto que se refina a dos pasos de mi casa y la escuela de mi hijo.
Concluyo -cuando leo los artículos y reportajes- que yo tengo gran culpa por todo ello. Sin embargo, no me considero prisionero de ese pensamiento -o remordimiento- que a veces nos hace viajar a otros países en los que el cambio climático está haciendo de las suyas con la sequía. Me refiero a Perú, donde los pueblos indígenas se las ven canutas para sembrar papas. O a Malí, donde las lluvias han disminuido considerablemente y los agricultores ven morir al ganado. Pinar del Río (Cuba), Ladakh (India), Bangladesh, Kiribati, donde el agua del mar se ha comido la tierra en pocos años.
En todos estos lugares sus habitantes han sido testigos de las fatigas que la Tierra está pasando por culpa de las grandes industrias, la navegación de grandes mercantes, el vuelo de los gigantes del cielo y las prisas de otro tanto que consumimos coches y desperdiciamos los indecible llegando, incluso, a matar nuestros ríos, nuestros lagos, nuestros bosques. Pero también es cierto que en las grandes capitales del mundo, o en los grandes países, vamos tirando sin problemas aparentes y que, posiblemente, nunca nos hayamos preocupado de mejorar las condiciones de vida allí donde más se nos ha necesitado en otro tiempo. Cuántos países han pedido ayuda para la construcción de pozos y extraer agua para sobrevivir. Cuántas personas mueren (y llevan muriendo) en el mundo por la falta de alimentos.
El cambio climático debemos tomárnoslo en serio y debemos poner nuestro granito de arena, pero me jode que los gobiernos (principales culpables) nos hagan mirar a estos lugares desheredados de la Tierra (para quitarse culpas y higienizar chaquetas) en donde desde siempre, siglos antes de todo esto, se nos necesitó.
Ahora son los que peor lo están pasando debido a que o no llueve o cae la grande como nunca antes y sus hogares desaparecen, las cosechas se pierden bajo riadas o el ganado cae moribundo tras semanas sin beber ni una gota de agua.
En España se han visto afectadas muchas siembras y se han perdido cosechas debido a la escasez de lluvia o heladas intensas, pero aquí, como en el resto de países europeos, existen subvenciones, seguros, hipotecas y un sinfín de fórmulas al alcance de los agricultores y productores, sin embargo el que se lo curra en Lago Chad lo lleva jodido porque no tiene un Central Hispano a mano ni un gobierno a la altura. Ha sido así desde siempre. Y lamentablemente seguirán así las cosas.
Además de reunirnos para paliar las consecuencias del cambio climático, deberíamos también vernos las caras para ir solucionando problemas allí donde las tierras empiezan a oler mal. Allí donde necesitan de nuestra cooperación y esfuerzos y allí donde los más desfavorecidos están pagando lo que en este otro mundo, o en este otro lado del mundo hemos hecho, que no es sino ponerle las cosas aún más difíciles a los que no cuentan con nuestro privilegios.

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