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Martes 01/04/2025
 
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Jerez

Muere Antoñín de la Peña Los Cernícalos, referente del compromiso en el flamenco de Jerez

Nació en junio de 1933 en Alcolea (Córdoba), y a los pocos años se trasladó con su familia a Jerez. Fue fundador de la Peña Los Cernícalos

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  • Antonio Benítez, alma máter de la Peña Los Cernícalos, en el patio de su casa. -

Ha muerto Antonio Benítez Manosalbas este sábado en Jerez de la Frontera, a los 91 años de edad. Era conocido como Antoñín, un buen hombre que sin esperarlo fue nombrado por un grupo de iguales primer presidente de la Peña Los Cernícalos, en 1969. Este cordobés se trasladó a Jerez siendo muy joven y ahí empezó a enamorarse del flamenco que, al cabo de los años, ha resultado ser lo más importante de su vida, después, claramente, de su familia.

No se entendería el devenir flamenco de los últimos sesenta años sin su persona, toda la aportación que ha realizado en tareas de divulgación y en el fomento de grandes ciclos para bien de esta cultura. Fue nombrado presidente, como se apuntaba, dejando a un grupo de amigos en el patio de su casa de El Retiro mientras él trabajaba en las artes gráficas. Al llegar a casa, le comunicaron la gran noticia. Sin apenas noción de lo que era una peña flamenca, pues aún “vivía el tito Paco”, se refería a Franco, tenían que pedir una autorización incluso para reunirse. “Algunos querían ponerle de nombre Agujetas y otros Terremoto, y finalmente nos quedamos con Cernícalos porque nosotros nos veíamos de noche, como estos pájaros”, apuntaba en alguna entrevista que concedió a este medio.

Desde sus inicios en El Retiro, luego pasando por El Pelirón hasta Estancia de Barrera, y por último en Calle Sancho Vizcaíno, Antoñín ha sido alma mater de esa peña. No se concebía entrar por sus puertas sin verlo a él, con una magnífica actitud de brazos abiertos. Era una gran aficionado, escuchó lo mejor en esos años duros de transición y ayudó posteriormente al nacimiento de otras peñas “que me pedían los estatutos nuestros para tener una base, había que marcarles el camino”.

Desde su entidad, promovió junto a los suyos el Pregón Flamenco de la Semana Santa (se celebra este mes la 52 edición), algo inusual por entonces, favoreció a los encuentros en la Feria del Caballo en su caseta, “yo me iba después de cerrar el periódico, por la madrugá”, decía siempre, luchó lo indecible por el Certamen Nacional de Guitarra Flamenca de su peña (ahí se ven fotos con Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, entre otros tantos), apostó sin duda por la Navidad de Jerez con la zambomba popular y tradicional, mantuvo los ciclos de Noches de La Plazuela con grandes recitales, apostó por la Nueva Frontera del Cante de Jerez con ese disco que llegaron a grabar los de una generación ya poco presente (desde El Garbanzo a Rubichi, Moneo y El Torta, entre otros, disco grabado en 1972 y editado en 1973 por la RCA y Antonio Murciano), formó parte de la Cátedra de Flamencología, de la Federación Local y Provincial de Peñas Flamencas, así como miembro de jurados en concursos como Paterna o Vejer, consolidó el ciclo de saetas desde el balcón de la extinta Caja de Ahorros de la Plaza de la Arenal… Así un largo etcétera de grandes aportaciones durante toda una vida.

Recibió premios como el otorgado por estos colectivos peñísticos, y fue un agente social activo en otras áreas alejadas del flamenco. Era todo un personaje de Jerez, al que se le quiso nombrar Hijo Adoptivo en varias ocasiones sin éxito por parte de la administración local.

Antonio estaba siempre cerca, en las reuniones de cabales de su peña, llevando y trayendo en su coche a los artistas de Jerez a concursos de la provincia y Andalucía, ayudando al que lo necesitaba y protegiendo el legado de los grandes maestros del cante, el baile y el toque de Jerez. Su peña, con academias como las de Ana María López, Manolo El Carbonero, Periquín o Jesús El Guardia, ha sido un motor indiscutible de la cultura jerezana.

En las distancias cortas era divertido, siempre generoso, te abría las puertas de su casa para tomar una copa de vino y encima te regala una botella siempre bajo el título El Botaina de Antoñín. Le tenía mucha fe al Cristo de la Expiración y vivía la Semana Santa de su palco de calle Lancería. A su mujer Ángeles, siempre le agradecía toda la paciencia que tuvo con él, pues le dedicó muchísimo tiempo a su peña. Ahora ya vuela alto, como Cernícalo Mayor que fue y siempre será. Brindamos por él, “¡por Marruecos!”. ¡Qué gran pérdida!

 

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