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Un libro recorre por primera vez la historia del juego en España

Entre los dados de huesos o marfil de la época romana y los casinos virtuales en internet distan más de 2000 años de evolución tecnológica, pero la pasión, el vértigo o las supersticiones de los jugadores se han mantenido invariables.

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  • Es una completa monografía de la evolución de los juegos de azar

Entre los dados de huesos o marfil de la época romana y los casinos virtuales en internet distan más de 2000 años de evolución tecnológica, pero la pasión, el vértigo o las supersticiones de los jugadores se han mantenido invariables.


Así lo constata Marc Fontbona en su libro Historia del Juego en España (Flor del Viento), una completa monografía de la evolución de los juegos de azar desde la Hispania romana hasta la actualidad con la que se llena un vacío existente hasta ahora en la materia.


El gusto por los juegos y las apuestas se remonta a los albores de las antiguas civilizaciones, como demuestra el reciente hallazgo en unas excavaciones en Irán de un par de dados datados en el año 3000 aC, aunque algunos autores vinculan estos instrumentos más con rituales de magia y adivinación que con el mero entretenimiento.


En la Península Ibérica, los romanos difunden desde el año 218 aC su cultura y sus costumbres, entre ellas el gusto por el juego, especialmente por los dados. Según el autor, la pasión por el juego ya era conocida entonces y las trampas, peleas y deudas de juego formaban parte de la vida cotidiana.


La invasión árabe trajo nuevas formas de juego que se transmitieron a la población cristiana, entre ellas el “shatranj”, una variante precursora del ajedrez, que a su vez procedía de un milenario juego indio, el “chaturanga”.

 

Aunque actualmente el ajedrez tiene un estatus de “deporte intelectual”, durante la Edad Media se jugaba en las tafurerías (antiguas casas de juego) y no dejaba de ser motivo de conflictos y disputas, pues los jugadores siempre arriesgaban dinero.

 

En el Ordenamiento de las tafurerías (reglamento medieval de las salas de juego) se aceptaba que judíos, moros y cristianos pudieran jugar juntos, pero, en caso de hacer trampas, a los cristianos se les imponían multas mientras judíos y moros podían acabar también en prisión.

 

El origen de los juegos de cartas es confuso, pero se sabe que se popularizaron a finales de la Edad Media y que la primera referencia europea aparece en 1371 en el manuscrito catalán “Diccionari de rims” del poeta Jaume March, donde se escribe por primera vez la palabra naip.

 

A partir de aquí y en esta misma década del siglo XIV surgen numerosas referencias a los naipes en toda Europa y ya se publican prohibiciones del juego en algunos territorios, entre ellos la Corona de Aragón, ante la “fiebre” desatada por el nuevo entretenimiento.

 

La lotería o rifa a gran escala, aparece en Europa en el siglo XV con sistemas lentos y farragosos, si bien en España no obtiene rango oficial hasta 1763, cuando el marqués de Esquilache, responsable de la Hacienda pública, convenció a Carlos III para establecer una lotería nacional en España que favoreciera las arcas del Estado.

 

El panorama de los juegos de azar cambió radicalmente con la revolución industrial y sus novedades tecnológicas -maquinarias, dispositivos, engranajes- que convirtieron los nuevos juegos en más vistosos y divertidos, pero también en más rápidos y rentables.

 

La ruleta, cuya popularidad arranca en la Francia revolucionaria, no llega a España hasta la década de los setenta del siglo XIX, momento en que se instaló en diversos casinos decimonónicos.

 

El libro repasa también la etapa más prohibicionista del juego en España, iniciada en la dictadura de Primo de Rivera con el cierre de casinos y círculos recreativos y continuada por el régimen franquista, que, junto a la Lotería Nacional y las quinielas, toleró algunas actividades con fines benéficos, como el cupón de la ONCE.

 

La llegada de la Democracia supuso una etapa de apertura y regulación de nuevas modalidades de juego en la sociedad española con la reapertura de casinos y autorización de bingos y máquinas recreativas, mientras las autonomías lanzaban sus propias loterías.

 

En la actualidad, el juego representa el tres por ciento del producto interior bruto nacional y cada español mayor de edad gasta anualmente más de 800 euros en juegos y apuestas, según expone el autor, de formación audiovisual y crupier por vocación.

 

Fontbona estima que, “más allá de su mala fama y del problema de la ludopatía y de las mafias, el juego merece un reconocimiento como forma de entretenimiento y como parte de la cultura”, e incluso por sus servicios a las matemáticas, ya que, recuerda, “el cálculo de probabilidades nació gracias al juego” y hoy se aplica a campos tan diversos como la física, las finanzas o la estadística.

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