Tirano Banderas

Publicado: 04/03/2019
Autor

José Antonio Ortega

(Con permiso de Heinrich Böll) es un espacio dedicado a la difusión de reflexiones al voleo o, si lo prefieren, al buen tuntún

Opiniones de un payaso

José Antonio Ortega es un periodista, escritor y sociólogo radicado en el Campo de Gibraltar

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Hay veces que no entiendo el debate que, a estas alturas de la película, suscita todavía Venezuela, al menos entre los que se llaman a sí mismos demócratas y están convencidos de serlo. Entre los defensores de la democracia, a día de hoy, no debiera de haber ya ninguna duda al respecto. Otra cosa distinta son las disquisiciones intelectuales que la cuestión pueda suscitar en el ámbito histórico-académico.

Si no hay más que ver y escuchar al fantoche que, por desgracia para sus habitantes, tiene este país aún al frente, y observar la parafernalia y la iconografía de la que se rodea, para hacerse una opinión más o menos fundada y acertada sobre el tema. Diríase que el individuo es el prototipo de caudillo que a lo largo del siglo XIX y gran parte del XX proliferó en muchos de los estados de la América Latina. El Tirano Banderas retratado por nuestro insigne Valle-Inclán que luego habría de servir de inspiración a autores hispanoamericanos contemporáneos no menos ilustres.

Como venía a afirmar en otro artículo en el que hacía referencia a este asunto, titulado “En defensa del pragmatismo”, lo peor que le puede pasar a una sociedad es estar dirigida por personajes que se aferran a ideales políticos inamovibles –casi siempre de un modo absolutamente hipócrita– y que son capaces de anteponer sus supuestas convicciones personales al bienestar y el interés de la ciudadanía a la que representan. Por mucha razón que tuvieran los actuales dirigentes venezolanos en sus postulados y planteamientos, que no la tienen ni de lejos, la realidad es la que es: que Venezuela –una pena– se está yendo al carajo y una mayoría de su población sufre las consecuencias, sobreviviendo en la penuria.

El bolivariano es un régimen nefasto que, tras dos décadas de existencia, no ha servido para redistribuir riqueza sino pobreza (excepto entre una minoría de afortunados compuesta por altos funcionarios y una reducida élite adepta a los que mandan) y que se ha sostenido granjeándose el apoyo de una extensa y amplísima clientela reclutada entre las clases populares, contentadas con cierto grado de asistencialismo un tanto paternalista, después de años abandonadas a su suerte, de la misma manera que en la Antigua Roma los gobernantes para mantenerse en el poder se ganaban el favor de la plebe repartiendo grano. Un sistema político construido al amparo de una llamada Tercera Vía deficientemente concebida, como alternativa a los males del capitalismo, por un lado, y el comunismo, por otro, a pesar de que la fórmula para superar tales males está más que inventada, desde hace bastante tiempo, e implementada con éxito en la Vieja Europa, gracias a la economía de libre mercado regulada y las instituciones, los mecanismos y los valores de un socialismo moderado, reformista y, sobre todo, democrático.

Sí, el régimen bolivariano que en 1999 fundara el comandante Hugo Chávez tiene su explicación, y puede que hasta su justificación, como otras tantas revoluciones en el continente, pero no ha sido sino otro notable fiasco más en la historia de Sudamérica. Y Maduro, la caricatura grotesca de Simón Bolívar, el arquetipo de líder revolucionario por excelencia que nos habría de legar el imaginario de los movimientos románticos.

Así que lo mejor que le puede ocurrir a la República de Venezuela y a sus ciudadanos es que el tipejo se marche cuanto antes, a ser posible con los bolsillos vacíos, o lo echen, sin violencia, aunque a patadas, dicho sea en sentido figurado.

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