Nuestro país sufre una ola populista. Una ola populista del mismo estilo que un día dañó países que hoy están en la auténtica ruina, solo y exclusivamente por haberse dejado llevar por ese populismo que prometió lo irrealizable y que sus ciudadanos creyeron.
El populismo es el uso de medidas o promesas políticas destinadas a ganar la simpatía de la población, particularmente si ésta posee derecho a voto, aun a costa de tomar medidas contrarias al estado democrático.
Sin embargo, a pesar de las características anti-institucionales que pueda tener, su objetivo primordial no es transformar profundamente las estructuras y relaciones sociales, económicas y políticas, sino el preservar el poder o llegar a él, a través de la popularidad entre los ciudadanos.
Algunos movimientos populistas darían a amplias capas de la población beneficios limitados o soluciones a corto plazo que no ponen en peligro el orden social vigente ni le otorgan a los ciudadanos capacidades reales de autodeterminación, sino que sirven para elevar o mantener la popularidad de los dirigentes del movimiento reforzando su poder.
En estos casos, a pesar del discurso contra ellos, los sectores económicos estratégicos y los intereses eclesiásticos y militares mantienen vigentes su poder, habiendo un mero cambio de manos dentro de estos grupos.
O sea, la desigualdad de clases y la tergiversación del estado democrático como institución que capta recursos de la ciudadanía para redistribuirlos entre los poderosos, continúa a pesar de la retórica populista.
Los discursos oficiales de estos regímenes y movimientos suelen ser digeribles y del buen agrado de la población en general, por lo que no apelan a ideologías definidas, e incluso pueden tener tintes más o menos conservadores y hasta reaccionarios, pero siempre carismáticos.
Se diferencia de la demagogia porque se refiere no solo a discursos, sino también a acciones. Así, se le puede entender como una táctica de uso limitado, o bien como una forma permanente de hacer política y permanecer en el poder distinta a la partitocracia usual de las democracias contemporáneas.
A esto es a lo que nos quieren llevar algunas personas que se hacen llamar políticos pero que simplemente son politólogos que intentan teorizar con la vida de los españoles. Politólogos que han perdido el norte y que parece que jamás aprendieron que los políticos deben trabajar por el bien común de todos y cada uno de los ciudadanos de España y no por el bien personal de ellos mismos.
Estos politólogos que hoy juegan a ser políticos están desprestigiando a esas nobles personas que llevan toda una vida al servicio de sus vecinos y que han realizado en las instituciones una encomiable labor para la que los vecinos de sus localidades depositaron su voto en las urnas en las últimas elecciones.
No podemos permitir que España acabe siendo uno de esos países a los que el populismo llegó para quedarse y ahora gobiernan de forma tiránica, tenemos que demostrar ser esa gran nación, y salir de la crisis en la que la izquierda española nos metió sin caer en el juego de nos cuantos que intentan hacer de España su cortijo y de los españoles sus súbditos.