Juan Antonio Ortega tiene 100 años. Gran parte del día hace sopa de letras y hasta hace bien poco, antes de que la crisis del coronavirus nos encerrara en casa, leía el periódico gratuito. Sabe lo que está pasando fuera, pero no tiene miedo. Simplemente le pregunta a su hijo: "¿Nosotros, tenemos que hacer algo?.
Toño, su hijo, con el que convive este centenario además de con su nuera y su único nieto, no ocultó a Juan Antonio lo que estaba pasando en España. Le explicó cómo una especie de gripe, pero con más capacidad de contagio, estaba propagándose de forma un tanto desbocada.
Y no ocultó a su padre que, además de contagiarse mucho, afectaba más a los mayores y que, sobre todo, había que tener la máxima higiene posible. "Se lo dije claramente, que había que tener mucho cuidado", relata a Efe Toño.
Pero tampoco es que hiciera mucha falta explicárselo. Juan Antonio repasa todos los días el "20 Minutos" y, aunque está sordo, ve la televisión y puede leer los subtítulos de la pantalla que resumen la actualidad.
"Está perfectamente enterado -continúa Toño-. Aunque por su sordera no se puede mantener una conversación con él, le pregunto qué le parece lo que está pasando y le digo que esto, con todo vacío, empieza a parecerse a la guerra. Él me contesta: 'bien, bien', pero nosotros, ¿tenemos que hacer algo?. Nosotros, nada, le contesto".
No hace muchos años que Juan Antonio se quedó viudo, pero en vida de su mujer, Eugenia, ya residían con su único hijo en una chalé adosado de la localidad madrileña de Coslada.
Toño se ha prejubilado recientemente y dedica gran parte de su tiempo a cuidar a su padre. El coronavirus apenas ha cambiado sus rutinas, porque ya antes de que la alarma se extendiera por todos los hogares españoles, vivían en su propio y obligado "aislamiento".
Así que Toño -su mujer sale a trabajar y a su hijo le han impuesto el teletrabajo- asegura que el coronavirus no ha afectado mucho su día a día.
Sí echa de menos el paseo que se daba desde el metro a casa tras acompañar a su mujer al tren o el ratito que aprovechaba para salir en bici y llegar a casa antes de las 9, antes de que su padre se despertara. Ahora prefiere ahorrárselo, por si acaso.
Todo eso lo ha cambiado por la bicicleta estática y las pesas. Y solo eso, porque otra de las escasas salidas que hacía Toño, la de comprar el pan en la cercana tienda de los chinos, ya no puede hacerla. El establecimiento, como todos los regentados por chinos, ha cerrado, incluso antes de que el Gobierno decretara el estado de alarma.
Juan Antonio tiene sus capacidades mentales en perfecto estado de revista, no tanto así las físicas, más mermadas por la edad que por otra cosa. Toño le ducha todas las mañanas, ahora y antes con guantes, pero desde que el coronavirus nos acecha, extrema aún más la higiene pensando sobre todo en su padre, al que también "obliga" a lavarse las manos cada dos por tres.
No se han obsesionado en la familia por el coronavirus, dice Toño. Lo que no significa que no estén pendientes de cualquier síntoma que pueda alertarles. Hasta el momento, Juan Antonio no ha tenido tos ni fiebre. Su hijo no le pone el termómetro para no alarmarle, pero disimuladamente le posa la mano en la frente o los dedos en el cuello para comprobar cualquier alteración.
Con eso basta, porque como manifiesta Toño, no hay necesidad de preocuparle ni de "contarle más de lo necesario".
Y sin drama alguno, apostilla: "Si le infectáramos, mi padre tendría pocas posibilidades de salir adelante".
Las enfermedades han pasado casi de largo por el siglo de vida de Juan Antonio. Tanto es así, que cuando con 99 años fueron al hospital por una erupción en una pierna, en administración no encontraron su historial y creyeron que se había extraviado. Toño les sacó de su error. Era la primera vez que Juan Antonio acudía.
El pasado mes de enero, con 100 años y pocos días, sí tuvo que ser ingresado porque no quería levantarse de la cama ni tenía ánimo de nada. Le hicieron una transfusión de sangre y a casa.
Sigue un tratamiento y el día 25 de este mes debería recogerle una ambulancia para llevarle al hospital y revisar su estado. De momento, a la familia no le han avisado de si se mantiene la cita o se pospone ante las urgencias del coronavirus.
Toño preferiría no tener que acudir ante el riesgo de contagio para su padre, pero tampoco quiere perder la cita.
Mientras, Juan Antonio, con la resignación que da la edad y haber vivido una guerra civil, sigue rellenando sopas de letras, con su regla para que cada palabra que encuentra quede perfectamente delimitada, con trazo recto, como a él le gusta.
Seguramente, otros centenarios estarán pasando esta crisis sanitaria con esa misma resignación. Como la pasa Toño, que no vivió la guerra civil, pero sobrevivió a esa otra guerra que declara un solo bando, la del terrorismo.
Toño viajaba en un vagón del tren que el 11-M explotó en la estación de Santa Eugenia. Otros viajeros murieron. Él vive. Y ahora, para cuidar a su padre.