Atrás se queda otra semana lastrada entre la incertidumbre y las dudas agigantadas, otra semana en la que el ruido copa la actualidad de tal forma que las otras noticias son pequeñas referencias, apuntes a los que sigue el silencio breve y concluyente que acompaña a una sorpresa. Así nos zarandeó la muerte de Pablo García Baena durante el primer minuto escaso del lunes pasado, apenas la madrugada provocaba los primeros bostezos a la gente aún despierta. Muerte esperada por la ley de la vida, la que llenó de versos para salvar la de los otros, versos algo barrocos decían, mientras unos los veían más gongorinos, versos en los que se unían el amor y la melancolía, la crisis existencial y la reflexión, conformando poemarios cuyo lenguaje tan sencillo como exquisito quedaba a merced de la métrica y el ritmo, versos tan elaborados que acariciaban el oído. A esto se unía la contemplación, transmitida de manera tan especial, precisa y minuciosa que era imposible eludir el influjo juanramoniano. Ello contribuyó a que su lectura fuera el pilar que ayudó a soportar la dureza de la posguerra y Cántico la revista que editaron los poetas que conformaron el grupo que antecede a la Generación del 50.
García Baena era el último, el que prefirió quedarse en su patria chica, el que no quiso irse a Madrid, porque aquí estaba -decía- la culpa y la alegría, la angustia y la belleza, todo amontonado, porque los poetas del sur -concluía- somos más poetas. Lo cierto es que sus trabajos tienen una luminosidad tenue que nos indica el camino a seguir a través de la forma, sin temor a que el fondo se disperse, una luz que nos envuelve sutilmente hasta que aparece el verso con el punto final. Luego viene la pausa, un silencio que la lectura llena de emociones, que encripta y aísla de la realidad sin separarnos de ella, por lo que la vuelta a los versos, a ese momento de quietud aparente pero cargado de energía, es inevitable.
Pablo García Baena ha emprendido el viaje definitivo en silencio, como vivió. Con él se ha llevado el recuerdo de las mañanas claras y frescas que olían a flores, las fachadas encaladas que deslumbraban con el sol. Un imprescindible que merece mucho más que el monográfico del mismo nombre que se emite los lunes en la segunda cadena de televisión española. Nos queda la modernidad, el clic que nos devuelve su obra. EDAD nos regala un minuto de silencio. El mejor homenaje.