Es el tema del día, de la semana y del invierno. Desde hace dos meses, más o menos, no hay día en que no se escape la coletilla alusiva al bajón del mercurio. Nunca se ha consultado tanto la aplicación referente al tiempo, ni se han oído tantas quejas a pesar de que noviembre no terminaba de enfriarse. La nieve blanquea nuestro mapa, se amontona por donde hace años no lo hacía dejando estampas que colapsan los buzones virtuales de la televisión o corren por los móviles como quien compite en una carrera de fondo. Son hermosas y a la vez aterradoras.
Por esa razón ha aparecido un reportaje referente al olvido de otras nevadas de hace relativamente poco tiempo, que hemos recordado nada más ver las imágenes. Por eso no es de extrañar que días atrás hayamos recibido una fotografía fechada en el año 1954 que tras un primer vistazo se asemejaba a la calle Real con nieve amontonada a ambos lados. Ciertamente se le parecía por la disposición de las casas, por la altura de las mismas, el parecido de alguna fachada, los árboles, sin embargo no se apreciaban las vías del tranvía -que en aquel tiempo circulaba- ni las catenarias.
Nuestros abuelos nos contaban que nevó en La Isla, pero debió de ser mucho antes, cuando Pemán escribió un artículo muy gaditano, fino, serio, por el que goteaba el humor revestido de lirismo y que fue galardonado con el premio Mariano de Cavia en 1935. Si nevó en Cádiz bien pudo haberse blanqueado también este rincón y si así fue, seguro que alguna foto aparece, porque la recibida no corresponde a La Isla, aunque el edificio de la derecha nos resulte familiar. Poco después de la carrera en pelo vino la razón con la calma a cuestas para asegurar que se trataba de una ciudad sevillana. De todas formas, estuvo bien contemplar, antes de la desmentida, la nieve que aseguraron ver nuestros abuelos, que aunque no sea la misma nos la podemos imaginar echando mano de la gracia de Pemán y que hace pocos años la siesta del invierno se despertó con el murmullo breve e intenso de la nevisca, lo más parecido a una nevada que ha visto y vivido esta juventud madura que peina canas y que espera ver de nuevo. Quizás sea la única estampa que nos deje el frío tras su paso por La Isla, rincón que le ha gustado horrores, porque no se va ni con el sol del medio día.
Si es que no nos lo creemos, pero todo el mundo lo dice: quien a La Isla viene o se queda o vuelve. Pues eso.