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Hablillas

Feria del libro

A estas alturas, es un poco tarde para desaprender a leer.

Publicado: 14/05/2018 ·
01:38
· Actualizado: 14/05/2018 · 01:38
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Apenas expira la de Cádiz, algo tempranera este año, que si ha brillado por algo ha sido porque ha pasado casi de puntillas. La supresión del periódico en papel elimina la actualidad impresa, de la que tanto nos cuesta despegarnos. El periódico forma parte del desayuno, de la distancia que recorre el autobús o el tren hasta el trabajo. Ahora se lleva la Tablet y el teléfono también aporta lectura, solo que encogida y trabajosa. En cualquier caso, la Feria del libro siempre es un caramelo para quienes gustamos de la lectura. El hecho de ver los títulos expuestos supone un gran esfuerzo y si además está el autor, es como lograr un premio. 

Pasados los días, recogidos los puestos aparecen las columnas de opinión y hace varios años que concluyen en que se lee poco. Cierto, pero habría que aclarar o añadir, según se mire, que se compra menos porque se publica más. El paso siguiente sería poder bucear entre las páginas de los nuevos autores, aquellos que por vez primera esperan la mirada impaciente e ilusionada que reduce el encuentro con el lector a un saludo con sonrisa, aquellos cuyos nombres empiezan a susurrarse o ni siquiera suenan. Hasta hace unos años podía verse esta estampa en Madrid, la apuesta de una editorial y el fracaso en las ventas. Lo cierto es que hoy no hacen falta, ni siquiera el libro es necesario. Las plataformas digitales ofertan las descargas que en segundos dan la vuelta al mundo. A esta publicidad se añade la del propio autor, el uso de las redes sociales, en fin, un mundo en el que al final es el usuario, el lector quien decide. 

Hoy la publicación de un libro es relativamente fácil, la autoedición es otra opción. Lo difícil es que el lector lo escoja, porque la duda y el temor laten confundidos. La lectura nos puede llevar a descubrir el rigor en la documentación, la pulcritud en el lenguaje, el orden en la estructura, el método en el desarrollo, en fin, la urdimbre sobre la que se ha construido un suceso verosímil que por estas u otras razones nos atrapa hasta la última página. Por eso no reparamos en el gusto por una historia hasta más tarde, porque hemos dialogado, profundizado y porfiado tanto con el texto que el argumento ha quedado en un tanto relegado. También puede ocurrir que nos seduzca nuestro autor preferido y se nos estrelle nada más llegar a la página diez, porque la modernidad manda aunque a él se le despegue, arrinconando hasta eliminar el pulso que echábamos. 

A estas alturas, es un poco tarde para desaprender a leer.

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