Vi la calle Carmen con sus casas encaladas, con las fotos en Álvaro, con las idas y venidas a la Panadería Hermida, con la presencia de la ONCE
Érase el I Festival de Cultura Alternativa Mujeres de Intramuros. Barrio de San Mateo, el barrio del Jerez eterno. No tuve dudas de que tenía que asistir, de que me tenía que meter en ese Jerez de siempre, en ese barrio que dicen que fue alrededor del que nació este Jerez que ahora vivimos y sentimos. Y me puse a soñar. Más que soñar a rememorar tiempos pasados de ese barrio antiquísimo y singular. Esa calle Carmen con sus casas encaladas, con sus vecinos, con sus idas y venidas hacia la Panadería de Hermida, en la cuesta de Orbaneja, con sus fotos en Álvaro, con la secretaría del Xerez, con la presencia cercana de la ONCE, con el sabor carmelitano de ese templo que es punto y seguido de la ruta de los Evangelistas. Y continué por Juana de Dios Lacoste, con el taller de dorado de Rodrigo Daza, con el zapatero remendón, con los niños yendo hacia el Cine Astoria, con el Tabanco del Duque hasta los topes, con el número 2 de la Plaza Ponce de León con sus vecinos y vecinas, con ese balcón que miraba al Colegio del Salvador y al convento de Santa Rita y seguí por la calle Luis de Isasi con sus tabancos, con sus almacenes hasta darme de cara con el Cristo de la Salud, el Cristo del mujerío como una vez lo llamó el pregonero, y antes observé a los niños que salían del colegio de la Plaza Belén y vi a los policías haciendo guardia en la puerta del Cuartel y a las mujeres saliendo con sus bolsos atestados del economato y las niñas del Colegio de San Juan Bosco, el de las calles Cabeza, llenando de jolgorio la zona y una plaza del Mercado reluciente, con su alcalde perpetuo, Agustín, al frente y el Palacio de Riquelme abierto de par en par y hombres y mujeres, niños y niñas llenando de anécdotas y charlas cotidianas toda la plaza y en San Mateo, delante de la iglesia parroquial, el bullicio de los que buscaban la Ronda del Caracol y aquellos otros que venían de trabajar en la bodega Domecq, donde adivinaba los más de mil trabajadores que, al sonido de la sirena, entraban cada día a ganarse el jornal. Todo un sueño, toda una moviola de lo que fue y ya no es un barrio que se ha reivindicado este fin de semana el corazón de este Jerez ya sin fronteras.